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ESTUDIO DESCRIPTIVO DEL CASTILLO DE ALHAMA DE MURCIA

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Ramírez Águila, Juan Antonio y Baños Serrano, José

Juan Antonio Ramírez Águila

El reciente inicio de las obras de restauración del castillo de Alhama de Murcia nos ha parecido la ocasión adecuada para dar a conocer un estudio descriptivo del mismo en su estado previo. De hecho, el presente trabajo tiene como base el «Estudio Histórico, Planimétrico y Topográfico del Castillo de Alhama de Murcia»1que la Dirección General de Cultura de la Región de Murcia nos encomendó en el año 2001 como primer paso para las actuaciones que ahora se acometen en el monumento.

1. SITUACIÓN GEOGRÁFICA

Quienes durante siglos han transitado por la llanura de Sangonera, entre Murcia y Lorca o entre las tierras levantinas y las andaluzas, han podido observar la presencia del imponente torreón-centinela, aparentemente solitario, que domina la población de Alhama de Murcia (fig. 1 y 2).

 


Fig. 1 – Vista de la población de Alhama presidida por su castillo.

 


Fig. 2 – La gran torre del homenaje vista desde el este.

 

Se trata en realidad de la única parte visible de un recinto fortificado que se extiende por la ladera opuesta del cerro sobre el que se levanta (fig. 3). Tal circunstancia ha generado la errónea idea de que este torreón era cuanto quedaba de su castillo, o incluso de que el castillo de Alhama era simplemente una torre vigía; sin embargo, nada más lejos de la realidad ya que el de Alhama es uno de los perímetros amurallados medievales (islámico y feudal), mejor conservados en la Región de Murcia, con varios centenares de metros de lienzos y seis torres de tapial (fig. 4) que se desarrollan a lo largo de la vertiente occidental del cerro, la menos visible desde el valle (fig. 5).

 


Fig. 3 – Imagen del recinto completo del castillo en 1969.

 

El monte sobre el que se asienta el castillo y al cual da nombre, ocupa una posición casi central en la actual Región de Murcia, dentro de la amplia depresión prelitoral murciana que recorren el río Sangonera (erróneamente llamado Guadalentín en este tramo) y el curso bajo del río Segura. Se ubica en la margen izquierda de este valle, entre los castillos de Librilla y de Aledo, junto al piedemonte de la sierra de La Muela (fig. 6), estribación suroriental de la cercana Sierra Espuña. Tiene una superficie de sólo 20 Ha (fig. 7), con una altitud total de 317’68 m.s.n.m. y una altura de 115 m, aunque la altitud máxima en el recinto del castillo es de 285 m frente a la torre del homenaje, 85 m por encima de la cota del atrio de la iglesia de San Lázaro, que se encuentra a sus pies, frente a los antiguos baños termales.

 


Fig. 4 – Planta general de las estructuras conservadas del castillo.

 


Fig. 5 – Vista de la fortificación desde la sierra de La Muela.

 


Fig. 6 – Vista general del cerro del castillo de Alhama desde el norte.

 


Fig. 7 – Plano topográfico del cerro del castillo de Alhama de Murcia.

 

Geológicamente está constituido por materiales de las zonas internas de las Cordilleras Béticas (dolomías, filitas y cuarcitas), sobre los que aparecen areniscas, margas y conglomerados que se encuentran tanto en este cerro como en la sierra de La Muela, con elementos angulosos y muy voluminosos de rocas metamórficas y dolomías oscuras fuertemente cementados en una matriz calizo-areniscosa rojiza (STRINATI, 1953).

Todo el peñasco está afectado por una red de fracturas asociadas a la falla de Alhama, que corre en dirección NE-SO y que ha actuado como falla inversa y de salto en dirección (MATÍNEZ; HERNÁNDEZ, 1991), lo que indica que las emisiones de aguas termales en este lugar tienen un origen relacionado con toda probabilidad con este accidente (EGELER; KAMPSSCHUUR et alii, 1974).

2. LOS ORÍGENES DEL CASTILLO DE ALHAMA DE MURCIA

Mientras que no se produzca un mayor avance de los trabajos arqueológicos en el yacimiento, será imprescindible acudir a las fuentes escritas para tratar de efectuar una aproximación cronológica a los orígenes del castillo.

Al margen de antecedentes más o menos remotos y sin conexión directa con el recinto que actualmente conocemos y que vamos a estudiar, no cabe duda de que su construcción es medieval, y concretamente andalusí, aunque tal y como hoy nos ha llegado es el resultado de una serie de intervenciones posteriores sobre la estructura original, casi todas encuadrables entre los siglos XIII y XV.

En los textos árabes conocidos hasta la fecha, la referencia más concreta al castillo de Alhama nos la proporciona el geógrafo ceutí al-Idrīsī, quien entre sus itinerarios indica que “el que quiere ir de Murcia a Almería debe pasar por Qanţarat Aškāba (“Puente de Askaba” o Alcantarilla), Hişn L.brāla (“Castillo de Librilla”), Hişn al-Hāmma (“Castillo del Baño Termal” o de Alhama), y la ciudad de Lūrqa (Lorca), ...” (AL-IDRĪSĪ, 1968: p. 239), es decir, tan sólo denomina al lugar de forma genérica como hisn (castillo o fortaleza), cita que hay que situar en el contexto de la primera mitad del siglo XII, bajo el dominio almorávide sobre al-Andalus.

Existen otras fuentes que mencionan a Alhama en este momento, pero simplemente como alquería o como iqlīm bajo las denominaciones de Laqwār, B.laqwār o de Hāmma Bilquār (IBN HAYYAN, 1937: p. 116-117. AL-‘UDRĪ, 1972: p. 73-75. AL-MARRĀKUSĪ, 1955: p. 201-202. VALLVÉ, 1972: p. 177) e incluso una valiosa descripción de sus termas (AL-QAZWĪNĪ, 1992: p. 35-36), pero la única cita textual de su castillo es la de al-Idrīsī. Esta mención, como los materiales encontrados en las excavaciones de los Baños Termales (BAÑOS, 1996. BAÑOS; CHUMILLAS; RAMÍREZ, 1997) y en la Plaza Vieja (BAÑOS, 1993a), marcarían una perfecta continuidad entre el final del poblamiento en la cima del cerro (denominada “Las Paleras”) y los primeros indicios de hábitat medieval en torno al castillo (BAÑOS, 1993b), en lo que sería el embrión del actual casco urbano de Alhama de Murcia (fig. 8), que hemos de ubicar en un momento impreciso de la segunda mitad del siglo XI. Por ahora es imposible precisar más la fecha de su construcción, que debió de producirse en el contexto de los acontecimientos políticos de esas convulsas fechas y dentro de una dinámica más amplia de fortificación de las comunidades rurales como protección a los nuevos perímetros irrigados que en esos mismo momentos se están creando, como sería el caso de Alhama.

 


Fig. 8 – Imagen aérea del castillo y casco antiguo de Alhama.

 

El caserío se desarrolló al pie de la fortaleza entre los siglos XII y XIII, de forma que el hişn se convirtió en el centro de un territorio organizado en torno a él, compuesto por diversos núcleos menores con sus perímetros irrigados y grandes propiedades con predominio del secano. Administrativamente este territorio constituía un iqlīm o distrito agrícola de carácter fiscal, que a grandes rasgos vendría a coincidir con el actual término municipal de Alhama de Murcia, citado por primera vez por al-Udrī bajo la antigua denominación preárabe de Laqwār (AL-‘UDRĪ, 1972: p. 73-75. AL-MARRĀKUSĪ, 1955: p. 201-202).

La alquería alcanzó su mayor desarrollo durante la primera mitad del siglo XIII, hasta el momento en que su arráez acudió a las negociaciones de Alcaraz con los castellanos para pactar la entrega del emirato murciano. Pasó a control castellano en 1243, bajo tenencia de Juan García de Villamayor, pero la población musulmana permaneció en el lugar hasta 1266, año en que debió de producirse un abandono masivo y definitivo del lugar tras la derrota de la sublevación mudéjar (RAMÍREZ; BAÑOS, 1997), siendo sustituida por una tímida repoblación cristiana. El castillo quedó desde entonces inmerso en las nuevas estructuras feudales de un territorio desde entonces denominado como “Reino de Murcia”.

3. DESCRIPCIÓN DEL CASTILLO

El castillo de Alhama de Murcia se levanta sobre una fuerte pendiente por el oeste, superior al 45 % (fig. 9), con un precipicio ultravertical que lo cierra por el lado este, condicionando su distribución a lo largo y ancho de una superficie de 4000 m2 dispuesta en sentido norte-sur (fig. 10).

 


Fig. 9 – El castillo visto desde la vereda del “Collao”.

 


Fig. 10 – Imagen aérea del castillo.

 

Se articula en dos recintos (fig. 11) a los que denominamos, en función de su ubicación topográfica, como Recinto Superior (o celloquia) al ubicado al norte (figs. 12, 13, 14 y 19), dotado de un carácter militar más acentuado, y Recinto Inferior (o albacar) al ubicado al sur (figs. 15 y 21), que parece estar destinado a refugio de la población local, aunque en él se detectan evidencias de arquitectura residencial de diversos periodos.

 


Fig. 11 – Plano topográfico del castillo con estructuras visibles en 2001.

 


Fig. 12 – El recinto superior visto desde el norte.

 


Fig. 13 – Detalle del recinto superior.

 


Fig. 14 – Vista del recinto superior desde el propio castillo.

 


Fig. 19 – Planimetría del recinto superior.

 


Fig. 15 – Vista parcial del recinto inferior desde el oeste.

 

La técnica constructiva dominante en su construcción es la del encofrado de calicanto, aunque un estudio más detallado permite distinguir hasta cinco técnicas diferentes, alguna de las cuales parecen corresponder a diferentes momentos históricos y constructivos. Se trata de las siguientes:

  1. Mampostería ordinaria, que está presente prácticamente en toda la obra y en las diferentes fases constructivas del monumento, empleada principalmente en las rezarpas o zócalos que a modo de plataformas permiten regularizar la superficie rocosa del cerro para poder apoyar las tapias del encofrado sin que el mortero fluya por debajo.

 


Fig. 21 – Planimetría del recinto inferior o albacar.

 

  1. Tapial o encofrado de tierra, descubierto en la campaña de 2004 en el recinto inferior, tras el forro externo de calicanto, conformando la fábrica original de la muralla.

Tapial o encofrado calicastrado o calicostrado, en el que alternan las capas de tierra y el mortero de cal, con acabado exterior de costra formada por el propio mortero intermedio, que fluye hacia las tablas exteriores del encofrado por el apisonado de la masa (fig. 16). Parece que todo el recinto superior estuvo inicialmente construido con esta técnica, aunque en la actualidad casi han desaparecido por completo los tramos así realizados porque fueron demolidos por los salitreros entre los siglos XVII y XIX, así como por su menor resistencia frente a la acción de los agentes erosivos. Algunas evidencias permiten pensar que en el Recinto Inferior, durante la etapa final de uso del castillo, existió un alzado de tapial calicastrado sobre la base de calicanto hoy conservada.


Fig. 16 – Detalle de la torre de entrada al recinto superior vista desde el norte.

 

Tapial o encofrado de calicanto, presente en toda la construcción, con empleo de tongadas de piedra de mediano y gran tamaño unidas por una argamasa mezcla de cal, arena y grasa que lo hacen muy resistente, cuyo aspecto exterior deja ver las tapias del encofrado con alturas de 0’82 a 0’90 m (fig. 17). En el Recinto Superior los lienzos que se conservan con esta técnica presentan un grosor de sólo 50 ó 60 cm y acabado interior muy irregular, lo que demuestra que en realidad se construyeron como forros exteriores para reparar los muros a los que se adhirieron, hoy desaparecidos en alzado y sólo visibles en la base, porque fueron construidos con la técnica del tapial calicastrado, mucho menos resistente y, al parecer, intencionadamente demolidos para la obtención del salitre. En el Recinto Inferior las cuatro primera tapias están fabricadas mediante esta técnica, mientras que su alzado pudo haber sido de calicastro.

 


Fig. 17 – Paramentos exteriores del recinto inferior, restaurados en 1989 y sin restaurar.

  1. La sillería, que se utiliza tanto en la torre del homenaje, con sus arcos apuntados mediante dobelaje de arenisca que sostienen la bóveda de la planta baja (fig. 18), como en el torreón de acceso al recinto superior, con el uso de técnica mixta de sillares trabados con el encofrado calicastrado (fig. 16 y 20).


Fig. 18 – Planta noble de la torre del homenaje.

 


Fig. 20 – Torre de entrada al recinto superior.

Recinto Superior

El espacio disponible en este recinto es relativamente pequeño (fig. 19), con un área de aproximadamente 1200 m2 y su superficie más inclinada que la del Inferior, por lo que debió de estar aterrazado para facilitar la circulación por él.

 


Fig. 22 – El castillo de Alhama hacia 1915.

 

En el punto más elevado del castillo se encuentra el gran torreón o “torre del homenaje” visible desde varios kilómetros a la redonda (figs. 1 y 22). Se trata de una torre con planta de tendencia rectangular, pero en la que ninguno de sus lados es exactamente paralelo a otro, ni miden lo mismo2. Se cimenta sobre un zócalo de mampostería adherido con yeso a la roca del cerro, que conforma una superficie horizontalizada sobre la que se levantan las tapias de calicanto3. Esta plataforma, necesaria para poder levantar los tapiales sobre una superficie rocosa irregular, ha sido la causa de que personas inexpertas o desconocedoras de la técnica del tapial hayan creído ver en ella los restos de una torre más antigua, que en el colmo del despropósito se atreven a datar como romana sin prueba alguna, idea ésta que ha alcanzado difusión a través de folletos y publicaciones de carácter turístico o divulgativo.

Las caras de este torreón presentan un grado de conservación muy diferente entre sí (fig. 23), de modo que sólo podemos ver su alzado completo en la arista noroeste (fig.24), con unos 22 m desde el vértice de la almena hasta la roca de base, contando con 25 tapias. La cara sur es la que se conserva peor, aunque en ella podemos ver los únicos restos del enlucido exterior de cal que constituyó su acabado y servía para ocultar las líneas de unión entre las tapias. Hacia el centro de ella y a una altura de 4’50 m, se abre la puerta de acceso original a la torre, por la que se entraba a la planta principal, cuya abertura está deformada, pero que originalmente tuvo unas dimensiones de 0’75 m de luz por 1’60 m de altura. Está reparada o reformada con ladrillo y aún conserva el arco original. La defiende una saetera ubicada sobre ella, que coincide interiormente con el descansillo de la escalera que accedía a la planta superior, donde también existe una abertura a modo de balconada que podría responder a la presencia de un matacán, hoy desaparecido.

 


Fig. 23 – Alzados de la torre del homenaje.

 

En la base de la cara occidental está el agujero por el que se llega en la actualidad a su interior, excavado en el zócalo de mampostería por los buscadores de tesoros, que sabemos que ya existía a finales del siglo XIX (AMADOR DE LOS RÍOS, 1889: p. 704) (fig. 13).

Interiormente se dividía en 3 plantas habitables y sobre ellas la terraza (fig. 25). De abajo a arriba la parte inferior de la torre, en la actualidad parcialmente vaciada, estuvo macizada mediante un relleno de tierra apisonada hasta una altura de más de cuatro metros, que sólo se conserva parcialmente. Encima se construyó la planta principal de la torre, la que conserva un aspecto más noble, a la que se accedía a través de la puerta en altura. Sus muros estaban estucados y decorados con pinturas al fresco, al menos mediante un friso figurado con motivos zoomorfos coronado por una orla vegetal, muy mal conservado y en un estado de deterioro creciente (fig. 26). Su cubierta está formada por una bóveda ojival en la que se ven improntas del “cañizo” con el que se trazó, sostenida por dos arcos apuntados con dovelas de arenisca de los que sólo se conserva uno completo (fig. 18).

 


Fig. 24 – Imagen de la torre del homenaje desde el exterior del recinto.

 


Fig. 25 – Secciones de la torre del homenaje.

 


Fig. 26 – Restos de pinturas decorativas en las paredes de la torre del homenaje.

 

La segunda planta conserva los muros de tapial desnudos y sin ningún tipo de abertura al exterior (fig. 27). Tanto en el muro norte como en el sur, se ven las improntas de los maderos empotrados en el tapial y cubiertos con yeso que debieron de conformar el último techo de esta planta, aunque el estrechamiento que presentan los muros este y oeste forma una pestaña concebida para apoyar originalmente los maderos de su cubierta en ese sentido.

 


Fig. 27 – Vista interior de los pisos superiores de la torre del homenaje.

 

Encima debió de existir una entreplanta de la que no se conserva nada más que su huella en los muros, sin que nos haya sido posible constatar si las ventanas tapiadas que se ven al exterior de las caras oriental (fig. 2) y occidental se manifiestan también al interior.

Sobre esta entreplanta estaba la terraza, cuyos muros perimetrales se estrechan de manera considerable respecto a los pisos inferiores (fig. 28) y presentan dos momentos constructivos diferentes. Inicialmente la torre sólo disponía de un parapeto en el que se abrían unas 14 saeteras, 3 por cada lado menor y 4 en los mayores (fig. 29), y sobre éstas una línea de almenas prismáticas. Con posterioridad estas almenas fueron cegadas y encima se levantó un nuevo parapeto con su correspondiente coronación de almenas (fig. 30), que se corresponde con un cadahalso del que únicamente han quedado los agujeros de los listones que formaban su base, empotrados en la obra y sostenidos por puntales apoyados en el suelo de la terraza.

 


Fig. 28 – Otra vista de las plantas superiores de la torre principal (pared norte).

 


Fig. 29 – Detalle de las saeteras existentes en el interior de la pared norte a nivel de la terraza de la torre del homenaje.

 


Fig. 30 – Coronación de la torre del homenaje. Lado norte.

 

La presencia de esta torre plantea algunos problemas: su aspecto y técnica constructiva son iguales al resto de la obra de calicanto del castillo, pero su volumen y el concepto mismo de torre vigía y del homenaje al que responde, además de lo atípico de este tipo de torres en los castillos andalusís, hacen que alberguemos algunas dudas sobre su origen. Se trata claramente de una obra exenta, cuya estructura no traba con la muralla anexa, y en sus muros interiores podemos ver embutidos los restos de una pared transversal de calicastro seccionada, que podrían ser los restos del tramo de muralla anterior cortada para insertar el torreón. Tampoco su acceso en altura es típico de las fortalezas islámicas, además de que los paralelos conocidos dentro del antiguo Reino de Murcia parecen responder a reformas atribuibles a los primeros años de la conquista castellana, seguramente levantadas por alarifes mudéjares a las órdenes de arquitectos cristianos. Así podemos citar los ejemplos de Aledo (SÁNCHEZ PRAVIA, 1999), la torre del homenaje del castillo de Taibilla (LILLO; MOLINA, 1981), el castillo de Bañeres de Mariola (CALABUIG; CASTELLÓ, 2001), el de Petrer (NAVARRO, 2001a) o el de La Mola de Novelda (NAVARRO, 2001b), entre otros. Sin duda una intervención arqueológica podría arrojar nueva luz a todas estas cuestiones.

Frente a esta torre se ubica un aljibe con unas dimensiones interiores de 5 por 2’35 m y muros con un grosor de entre 47 y 50 cm, que estuvo cubierta mediante bóveda de cañón, según de aprecia en sus arranques4. Constituía la reserva de agua en este recinto, cuyo entorno está acondicionado y cerrado hacia la ladera occidental por un muro de contención que nivelaba todo el área, creando de este modo una especie de plaza o patio de armas donde se recogerían las aguas de lluvia con que se llenaría aquel (fig. 19).

Desde la torre del homenaje hacia el oeste desciende un tramo de muralla de más de 30 m de longitud articulada en cremallera, que conserva alzados de casi 10 m y 12 tapias (figs. 12 y 31), aunque lo que hoy podemos ver consiste en realidad en el forro externo que reparaba la antigua muralla de tapia calicastrada, desaparecida casi en su totalidad. Se apoya sobre un zócalo de mampostería que desciende escalonado por la ladera, de manera que permite nivelar sobre él las tapias del encofrado de 0’82 m de altura. Dado que este forro tiene el mismo aspecto y dimensiones que los paramentos exteriores de la torre del homenaje, podríamos pensar que ambos son contemporáneos, y lo mismo sucede con el Recinto Inferior.

 


Fig. 31 – Alzados exteriores del extremo norte del castillo.

 

En este lienzo descendente existe una pequeña torre, de escasa proyección al frente, pues su flanco oriental apenas si tiene 1’12 m y el occidental 0’85 m, este último con dos rezarpas de cimentación en el sentido de la pendiente, mientras que su lado frontal mide 5’60 m. A partir de ella la muralla conserva parte de su alzado completo, con su coronación escalonada (fig. 32) de modo similar a como podemos observar en otros muchos castillos, entre ellos los de Pliego o Mula por citar dos de los más próximos, aunque en lo que se conserva no hay almenas.

 


Fig. 32 – Detalle del exterior lado norte del recinto superior.

 

Las tapias de este lienzo se prolongan en el torreón que cierra el ángulo noroccidental del recinto, que es el más voluminoso del castillo después de la torre del homenaje. Su flanco norte, con 4’65 m de longitud, conserva 12 tapias sobre el zócalo escalonado de mampostería, que suponen una altura máxima de 8 m, su frente occidental mide 6’60 m, y por su flanco sur se le une sin trabar una cortina de encofrado de cal y canto, muy erosionada y con marcado talud.

A continuación, en el ángulo suroccidental del recinto, encontramos la torre sobre la que se abre la entrada al mismo orientada hacia el mediodía (figs. 33 y 34). La planta de esta torre es perfectamente cuadrangular, con unas dimensiones exteriores de 4’85 por 4’85 m e interiores de 2’30 por 2’30, abierta en su flanco oriental (al menos en su planta inferior). Está fabricada, una vez más, con técnica de encofrado calicastrado sobre zócalo de nivelación en mampostería, del que se habría desprendido el forro de encofrado de cantos de la mitad inferior de su cara occidental, sobre el que se construyó. También presenta fábrica de sillería en su fachada meridional, así como en los estribos que la unen a los lienzos contiguos. Pero a pesar de las diferentes técnicas presentes en esta torre, parece que se trata de una obra unitaria realizada mediante técnica mixta, puesto que los sillares traban perfectamente con el encofrado calicastrado. Debió de apoyarse sobre estructuras anteriores, como parece haber sido el forro desprendido en su cara occidental, pues la construcción de esta torre es tardía. También sabemos que su planta inferior estuvo cubierta por una cúpula de media naranja que hoy podemos ver caída en su interior.

Como queda dicho, en esta torre se dispone la entrada al Recinto Superior, resuelto mediante un acceso en codo simple ubicado en altura, al que se debía de llegar a través de un puente levadizo o removible que se apoyaría sobre los dos muretes existentes a modo de estribos ante el umbral de la puerta (fig. 35). Hasta ella conducía una senda serpenteante por la ladera rocosa contigua, que hoy sólo podemos intuir, desde la cual también se accedería al adarve sobre la muralla contigua del Recinto Interior, a tenor de las huellas de posibles escalones que dibujan los sillares de la fachada meridional, a la izquierda de la puerta.

 


Fig. 33 – Lugar de entronque de la muralla del recinto inferior con el superior.

 


Fig. 34 – Entrada al recinto superior.

 

El resto del recinto superior hasta cerrar junto a la torre del homenaje, estaba formado por una muralla de trazado sinuoso que corría por el borde del precipicio, en el cual no destacaba torre ni baluarte alguno (fig. 19). Sobre un zócalo de mampostería de piedra y cal, unida a la roca del cerro con yeso, se levantó un muro de tapial calicastrado de 1’30 m de anchura en sus tramos sur y suroeste, y 1’67 m en el oriental. En el tramo suroeste se aprecian perfectamente las tongadas alternantes de cal y de tierra, y una reparación de su paramento exterior mediante encofrado de calicanto que por acción de la erosión sobre él parece una fabrica de mampostería.

 


Fig. 35 – Vista general del castillo con estructuras arqueológicas en el recinto inferior.

 

Recinto Inferior

Este recinto estuvo habitado interiormente en el último momento de presencia islámica y durante todo el periodo feudal, como evidencian las abundantes estructuras visibles en su superficie y los materiales cerámicos de esa cronología (fig. 33).

Está delimitado por su flanco occidental mediante una muralla articulada en tramos rectilíneos y escalonados que se alternan y adaptan a la pendiente natural de la ladera por su parte más accesible, contando únicamente con dos torres conservadas en todo su recorrido (fig. 21). Como hemos visto, antes de disponer las tapias se trazó la cimentación a lo largo de su recorrido mediante un zócalo de nivelación construido en mampostería ordinaria trabada con argamasa y a menudo con yeso, hasta un alzado exterior que alcanza en algunos tramos el metro de altura. Sobre esta base se disponen las tapias de 0’82 m de altura, conformando un muro de tongadas de cal y canto con un grosor medio de 1’10 m (aproximadamente 2 codos) conservado hasta la altura de la cuarta o quinta tapia. Algunas evidencias permiten suponer que por encima de esta base de calicanto se levantaba el resto del muro en tapial calicastrado. Sin embargo, la intervención arqueológica realizada entre julio y octubre de 2004 ha permitido conocer que el aspecto que presenta la muralla que hoy vemos es en realidad un forro adosado a una muralla anterior, de trazado muy similar pero construida mediante tapial de tierra5, circunstancia que parece cada vez más habitual, al menos en el ámbito de la Región de Murcia, como se ha podido ver durante los últimos años en las murallas de Murcia, Lorca o Molina de Segura.

La muralla de este recinto arranca del paramento occidental de la torre de entrada al Recinto Superior (fig. 33), aunque en este primer tramo es donde peor se conserva (fig. 15), hasta el punto de haber desaparecido por completo en algunos metros, motivo por lo que es uno de los lugares elegidos para comenzar la intervención de restauración en el castillo Se trata de un tramo de muralla de trazado irregular con una marcada inflexión en su punto medio que articula mejor su defensa. Tiene una longitud total de 34 m desde su extremo septentrional hasta la primera torre, donde alcanza un alzado máximo de seis tapias y media de 0’82 m cada una.

En la inflexión de este tramo de muralla hacia el sur, presenta lo que podríamos denominar como una “esquina doble o invertida”, pues en vez de una esquina normal en ángulo recto encontramos una doble esquina que deja el vértice del ángulo vuelto hacia el interior del recinto, con lados de 2’50 por 3’80 m aproximadamente, quedando así mejor defendido este punto. El resultado es similar al que presentan las esquinas del Castillejo y el Castillo de Monteagudo, en aquel caso resultante de la unión de dos torres formando ángulo recto entre sí, característica que suele identificarse como definidora de la arquitectura mardanisí.

El acceso original al conjunto arquitectónico se hacía también por la ladera occidental del cerro a través de una senda que aprovechaba las cárcavas naturales de la roca, acondicionada en su trazado y sobre todo en su tramo final, donde existe un muro de contención que se prolonga hasta la base del lienzo de la muralla donde se abre la puerta (fig. 13). Estaba defendida por saeteras, aunque sólo se conserva una junto a la propia puerta, desde la que se domina todo el camino de acceso. También la guardaba una torre, la de mayor proyección de este recinto, con su planta casi cuadrada y unas dimensiones exteriores de 3’60 m en su flanco norte, 3’20 en el flanco meridional y unos 4’50 m de frente, en el que se escalonan tres rezarpas, la inferior formada por el zócalo de mampostería y las otras dos por sendas tapias de calicanto6.

La entrada es uno de los elementos más interesantes de este recinto, resuelta con la clásica disposición en doble codo (fig. 36), impidiendo la entrada directa al recinto mediante dos puertas consecutivas paralelas y no enfrentadas, lo que ha servido para que algunos fecharan el castillo en época almohade. De la puerta exterior se conserva sólo la quicialera circular excavada en la roca, cuya ubicación permite deducir una luz original en torno a 1’20 m. Una vez que la cruzamos nos encontramos con un sólido muro que cierra el paso directo y que nos obliga a dar un pequeño giro para atravesar la segunda puerta, desplazada respecto al eje de la primera. El espacio rectangular existente entre ambas debió de estar cubierto y sobre él se ubicaba el cuerpo de guardia que las defendía, elevando los muros de la base hasta conformar una torre de la que hoy no quedan más evidencias que su planta, ya que su alzado presenta perfecta continuidad constructiva con los lienzos de la muralla contigua.

Este dispositivo de acceso, tal y como lo acabamos de describir, parece ser el resultado de una importante reforma tardía, pues la muralla que da cuerpo a este acceso no traba con la del resto del recinto, sino que se adosa a su paramento en un punto en el que incluso anula una abertura anterior que podría ser un desagüe o quizás una saetera, y a su lado hemos detectado la existencia de un gran vano en el encofrado cegado por un muro de mampostería, que bien podría ser la entrada original al recinto, varios metros más atrás que la actual. Pero será necesario esperar a una nueva intervención arqueológica para poder confirmar nuestra hipótesis.

 


Fig. 36 – Vista del dispositivo de entrada al recinto inferior desde la torre contigua.

 

Desde el lienzo en el que se abre la puerta del castillo se prolonga otro en ángulo recto a lo largo de 15’50 m de trazado perfectamente rectilíneo, con 1’32 m de grosor sobre una única rezarpa de cimentación (fig. 17). El alzado conservado llega hasta la quinta tapia, aunque sólo las tres inferiores se conservan bien, ya que las superiores son de tapial calicastrado, como vimos en el acceso al Recinto Superior.

El siguiente lienzo se adelanta 1 m sobre la alineación del anterior. Es también rectilíneo, pero éste con un grosor de 1’10 m y un alzado conservado de cuatro tapias de calicanto y parte de la quinta, sobre rezarpa de mampostería de 15 a18 cm de proyección frontal7. Las primeras tapias también conforman una pequeña rezarpa hacia el interior del recinto de apenas 10 cm, lo que le proporciona en su base una anchura total de 1’35 m. Hacia su extremo meridional ofrece una pequeña abertura cuadrangular que corresponde al desagüe de la letrina de una casa que venimos excavando durante los últimos años en el interior del recinto (fig. 37).

Un nuevo quiebre en ángulo recto de la muralla adelanta el siguiente lienzo en 4’90 m sobre el anterior, con 11’55 m de longitud que terminan adosados al flanco norte de la segunda torre de este recinto. Ésta presenta una escasa proyección frontal, con flanco septentrional de 1 m y meridional de 2’25, mientras que su frontal mide 4’20 m. Conserva un alzado de cuatro tapias sobre un fuerte zócalo de mampostería con cuatro rezarpas sucesivas, y antes de su restauración se observaba en el centro de su paramento frontal un orifico de aspecto similar a la abertura exterior de una saetera, que podría corresponder a otro desagüe.

 


Fig. 37 – Restos de arquitectura doméstica excavados en el recinto inferior.

 

Tras esta torre prosigue un nuevo lienzo a lo largo de 13’50 m con el mismo alzado que ella. En su extremo meridional comienza a describir en planta una curva hacia el exterior truncada por el desprendimiento de varios metros de muralla, desprendimiento que pudo haberse producido antes de mediados del siglo XVIII, pues creemos que la dirección que toma la muralla es lo que pudo hacer pensar al Padre Ortega que la muralla descendía y abrazaba la población (ORTEGA, 1959: p. 265), circunstancia sobre la que no poseemos evidencia alguna. Este extraño trazado podría indicar la presencia de una torre hoy completamente desaparecida por haberse desplomado ladera abajo, ya que la topografía del lugar permite su existencia.

Tras ese vacío de 15 m de muralla perdida encontramos el último lienzo, completamente aislado, que constituye el cierre meridional del recinto. Se trata de un tramo de unos 14’50 m muy transformado en su paramento exterior por modernas reparaciones de mampostería con yeso, que si bien lo afean también han hecho posible que llegara hasta hoy. Es en la sección de la rotura por el tramo desprendido donde mejor distinguimos sus características constructivas y formales. Se apoya sobre una gruesa rezarpa de mampostería casi perdida, que debió de alcanzar los 60 cm de proyección frontal; sobre ella asienta una primera tapia con un grosor de 1’10 m que conforma sendas rezarpas al exterior y al interior de unos 12 a15 cm, y encima se conservan otras cinco tapias más, la última sólo parcialmente y con un grosor de 0’90 m. En ella existe una posible saetera o desagüe tapiado desde antiguo.

En la ladera oriental del cerro, junto al Recinto Inferior pero fuera de él, aunque comunicada mediante un paso de difícil tránsito en la actualidad, se encuentra la denominada “balsa de la reina” (fig. 38), en realidad un aljibe que abastecía las necesidades de agua de los habitantes de este recinto. Sus dimensiones exteriores son de 6’35 por 3’40 m y 2’00 por 5’15 en el interior, con alzado de tres tapias y cubierta abovedada de medio punto que conserva sus arranques. Aún se aprecian las huellas del lugar por donde afloraba el agua, que por la falta de cuenca de captación sólo podía manar tras una lluvia copiosa. El líquido llegaba hasta una primera pileta rectangular de decantación que también servía para captar las aguas de lluvia de las peñas adyacentes, y por un pequeño orificio en la parte superior del muro septentrional caía al interior del aljibe. Cuando el depósito se hallaba completamente lleno las aguas sobrantes rebosaban por el lado oriental, y mediante una canalización eran conducidas hasta la “mina de los perros”, una poza ubicada sobre el manantial de Los Baños donde podrían mezclarse a voluntad con las aguas termales para rebajar su temperatura y aumentar el caudal de la fuente.

 


Fig. 38 – El aljibe exterior del castillo o “balsa de la reina”.

 

Hasta este aljibe exterior se accedería desde el recinto inferior del castillo a través de un portillo en la muralla que cerraba el precipicio del lado oriental, pues hay evidencias de que el recinto se hallaba completamente cercado, aunque la mayor exposición de todo este sector a los agentes naturales, así como la acción del hombre, han motivado la casi total desaparición de la cerca a lo largo del precipicio, frente al cual serviría de protección.

4. REFERENCIAS HISTORIOGRÁFICAS8

Con la conquista del reino de Granada desaparece la última frontera terrestre de Murcia con tierras del Islam, mientras la política unificadora de los Reyes Católicos propiciará un nuevo período de estabilidad y crecimiento, en el cual los castillos irán perdiendo las funciones para las que habían sido construidos.

Si desde la donación del señorío de la villa a la familia Fajardo en 1387 la documentación sobre el castillo es escasa, a partir del siglo XVI será necesario recurrir a obras de viajeros y eruditos para encontrar esporádicas menciones.

En todo ese tiempo el único documento conocido en el Archivo Municipal de Alhama con referencia al castillo, data del 22 de junio de 1809. Se trata de las Providencias y Disposiciones hechas por don Antonio Sáenz de Vizmanos, “Comisionado de la Suprema Junta Central en el Reino de Murcia para activar el armamento y defensa de sus pueblos y otros objetos importantes”, con motivo de la ocupación de las tropas francesas. Entre las medidas a adoptar para la defensa de la villa, figura en primer lugar la siguiente:

“Por lo que pueda suceder, se prohibirá que. los salitreros saquen escombros ó arruinen el Castillo más de lo que está para que circunvalándolo con parapeto de atochas y tierra por la parte que es más accesible la subida, se pueda poner allí un cañón, á lo menos, y batir todas las avenidas de la población.”9

Esto explica la rápida ruina de algunos lienzos del castillo tras su abandono, especialmente de aquellos levantados mediante la técnica del tapial calicastrado, aunque poseyeran forros externos de cal y canto, que es lo único de ellos que ha quedado en pie. Los salitreros buscaban estos tapiales por su mayor riqueza en tierra, ya que el salitre, nombre vulgar del nitrato potásico o nitro, suele obtenerse de los muros antiguos de tierra a los que se adhiere, y para que se produzca necesita aguas alcalinas.

Esta actividad industrial está documentada en Alhama desde el siglo XVIII como mínimo, y se ha desarrollado hasta finales del siglo XIX. También ha dejado su huella en el callejero, con una calle de Los Salitres a la que debió de dar nombre la antigua fábrica ubicada en ella, tal vez la misma que el Padre Ortega define como “de las mayores de este Reino de Murcia” (ORTEGA, 1959: p. 263).

Sabemos también que por entonces el castillo pasó a explotarse agrícolamente, con la plantación de almendros y chumberas, situación que ha perdurado hasta mediados del siglo XX, tal y como se menciona en los documentos de compra por parte del Ayuntamiento, lo que ha debido de afectar a la integridad del depósito arqueológico que sostuvo el cultivo.

Por otro, lado no son muchas las descripciones de eruditos y estudiosos que conocemos. La primera que encontramos, muy escueta, está en la obra de Estrada, editada en el siglo XVII (aunque manejamos la edición de 1748):

“En una dilatadísima llanura está puesta la villa de Alhama, muy fertil por sus fructíferos campos, dos leguas de la antecedente (Aledo) y seis de Murcia, a su Poniente. Tiene más de mil vecinos en una Parroquia, algunas Ermitas y un Castillo derrotado por la injuria del tiempo. Sus habitantes todos son aplicados á la labranza del campo. Es del Marqués de Villafranca, que pone Justicia. Es fertil de granos y algunos Huertos. Su fundación fue de los moros.” (ESTRADA, 1748: t. II, p. 63. MERINO ÁLVAREZ, 1915: p. 406).

Más de tallada es la información que proporciona el Padre Ortega en su manuscrito datable hacia 1759, quien tras hacer un documentado repaso por la historia de Alhama, nos dice:

“... Del dicho castillo sólo quedan la torre del Homenaje, muy maltratada y algunos pedazos de otros torreones o cubos con varios fragmentos de murallas, que son poco más que ruinas; pero en atención a la fragosidad del sitio, que es un monte bastantemente alto compuesto de peñascos desiguales, conócese que estaría fortísimo, porque estaba también ayudado del arte, y sin duda en aquellos tiempos que no se usaba la artillería, seria casi inconquistable. Desde el castillo, que está al norte, descendía una fuerte muralla que abrazaba todo el pueblo, de la que sólo quedan pedazos de ruinas y vestigios.” (ORTEGA, 1959: p. 265).

En la última frase creemos que debe de existir un error, pues no hay otra noticia ni constancia de que las murallas del castillo rodeasen a la población. Seguramente el autor debía de referirse a la muralla del recinto inferior, que a él debió de parecerle que tenía esa finalidad.

La siguiente mención es la que hace Bernardo Espinalt en su Atlante Español de 1778; entre otras cosas dice literalmente que a Alhama “la fundaron los Moros (Estrada, f. 295), y tiene más de mil Vecinos; una Parroquia, y dos Conventos, el uno de Franciscos Menores Descalzos, con algunas Hermitas, un Castillo muy arruinado, y un Hospital” (ESPINALT, 1778: t. I, p. 65). Parece, por tanto, que la actividad de los salitreros debía de ser ya muy intensa, además del propio estado de abandono de la fortaleza, lo que explicaría que en doscientos años el castillo estuviera en tan mal estado.

A finales del siglo XVIII el canónigo Lozano, siempre atraído por las antigüedades romanas,recoge Alhama entre los pueblos que estudia, dedicándole el siguiente párrafo:

“Alahama, hoy con el mismo nombre.

Desde el Castillo de Lebrilla se camina al de Alhama: ad Castellum Alhama (Nubiense: Ad Castellum Labrallan: ad Castellum Alhama: ad Urbem Lorca). Este Castillo ha sido terrible en tiempo de Arabes. El nombre del pueblo también es Arabigo, y denota sus excelentes baños, o termas saludables. Parece muy difícil, que los Romanos abandonasen un sitio tan adecuado al beneficio común, y no menos oportuno por el monte, a cuya falda se ve Alhama abrigando dentro de su seno las termas referidas. Me temo, que un examen habia de descubrir antigüedades geografico Romanas. En fin aun que no fuese mas, que población Arabiga tiene la antigüedad de 700, y mas años.” (LOZANO, 1794: vol. II, dis. V, p. 7).

En 1845 veía la luz el primer tomo del Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de Pascual Madoz, en el que se incluía la voz “Alhama”, tal vez con la información más completa y amplia publicada hasta entonces sobre la localidad, pero al castillo desgraciadamente se limita a mencionarlo, diciendo que Alhama “hállase colocada en un llano, á la raiz de un peñasco bastante elevado, llamado cerro del Castillo, por existir en su cumbre las ruinas de antigua fortaleza.” (MADOZ, 1845: t. I, p. 590. MADOZ, 1989: p. 53).

Por esas mismas fechas llegó a Alhama un joven médico llamado José María del Castillo, quien se convirtió poco después en el primer director del balneario que, entre otros, él mismo impulsó, consciente del valor terapéutico que tal recurso suponía. El mismo año que apareció la obra de Madoz publicó un opúsculo con el que pretendía dar a conocer fuera de la localidad las cualidades de estas aguas, e incluyó una valiosa descripción de la que extractamos la referencia a su castillo, bastante escueta por otra parte, y con su peculiar visión de sus constructores que dice así:

“Este pueblo puramente agrícola, tiene una situacion algo elevada á la falda de encumbradas montañas que le rodean por la parte del norte, dándole un aspecto sombrío, y alzándose en el centro de una de sus jigantescas colinas un colosal torreon o castillo, que con sus posiciones avanzadas y ruinosas, trae á la memoria el bárvaro yugo de la antigua dominacion española, que dejára sembrado nuestro suelo de monumentos de su despótico mando.” (CASTILLO, 1845: p. 12-13).

Poco después, en 1848 y una vez inaugurado el nuevo edificio del balneario, el Dr. del Castillo publica una nueva obra para atraer a potenciales bañistas, esta vez más detallada, aunque la referencia al castillo inserta en ella es más breve que en su obra anterior (CASTILLO, 1848: p. 15).

De los extranjeros ilustres que a lo largo de los siglos viajaron por España y nos dejaron testimonio literario de ello, algunos pasaron por Alhama y la mencionaron en sus escritos, pero a ninguno parece haberle llamado la atención su castillo, debido a la circunstancia con que comenzábamos este trabajo. Únicamente Hoskins, en su viaje de 1851, menciona el pintoresco aspecto que ofrecía el caserío en torno al cerro casi vertical donde se levanta el castillo, que él debió de ver únicamente desde el camino real de Murcia a Lorca (PÉREZ GÓMEZ, 1984: p. 120)10.

Consideración aparte merece la obra de Rodrigo Amador de los Ríos, que como arqueólogo ofrece ya una descripción detallada pero confusa del castillo, o más exactamente de su torre principal, tal y como se encontraba poco antes de 1889, año en que fue publicada su obra dedicada a Murcia y Albacete.

“Dos leguas de camino llano, cómodo y sombreado por frondosos árboles, dista Totana, la que un tiempo fue capital de la región Deitana, de la villa de Alhama (Debe Alhama su nombre, como las de Aragón, de Almería y de Granada, a las aguas termales, derivándose de la voz arábiga –Al-hammán, que significa “baño”. Xerif-al-Edrisi [pág. 196 del téxto árabe] le coloca en el camino de Murcia a Almería después de Alcantarilla [Canthara-axkaba-] y de Librilla [Hisn Librila], designándole con el nombre de Hissn Al-Hamam []), que, con sus 6.298 habitantes, aparece en la llanura pintorescamente agrupada entre palmeras en torno del peñasco sobre el cual asienta la única torre del antiguo castillo roquero que la defendía. Asegúrase que el Establecimiento balneario conserva la antigua piscina arábiga, cosa que no es fácil de apreciar por carecer de carácter la construcción de dicha piscina; y amontonándose rojiza encima casi del edificio del Establecimiento memorado, cual avanzada de los montes, yérguese la enorme y riscosa breña, por la cual es preciso trepar dificultosamente para llegar hasta la torre. Cuadrada, desmochada, conservando en torno restos de murallas, en pie por verdadero milagro de la estática, consta de dos recintos, ambos destruidos; es de mampuesto y de mortero su construcción en la parte inferior, pareciendo de hormigón su fábrica desde el segundo piso, debiendo haber sido reparada en el siglo XV, si no fue totalmente en él reconstruida, como lo acreditan las bóvedas y los arcos ojivos de sillería que conserva. Hoy el curioso penetra en ella por el boquete abierto en los cimientos de hormigón, camino practicado por los eternos buscadores de tesoros, que darán por fin al traste con las vetustas construcciones militares que aún restan con abundancia en estas comarcas del antiguo reino murciano.” (AMADOR DE LOS RÍOS, 1889: p. 700, 702 y 704).(fig. 39)

 


Fig. 39 – Imagen del castillo de Alhama en los años 30 del siglo XX.

 

Ya en el siglo XX, un arquitecto con pretensiones de arqueólogo visita nuevamente la población para la redacción del Catálogo Monumental de España en la Provincia de Murcia. Nos referimos, claro está, a Manuel González Simancas, cuyo manuscrito ha permanecido inédito hasta fechas recientes.

“... y el castillo debió estar considerado por entonces (se refiere a la sentencia arbitral de Torrellas en 1304) como uno de los más importantes del reino, puesto que los disentidos fueron los principales de la región.

Mal paradas se hallaban sus defensas en tiempo de Alfonso XIº como demuestra la orden que dio este monarca al caballero murciano Gonzalo Rodríguez de Avilés para que con maestros y manobres de Murcia y de Lorca reparara y fortificara los castillos de Lorca, de Alcalá, de Alhama, de Oxixar, de Cehegín, de Calentín, de Caravaca y de Mula (Cascales: Dis. V, c. XIII, p. 111), ante el temor de las amenazadoras invasiones africanas.

916. – Las ruinas del castillo de Alhama, situado en el alto cerro que domina la población (fot. 241 y fig. 151), nos permite conocer el sistema constructivo de los arquitectos militares árabes del primer priodo de la dominación muslímica cual parecen estarlo demostrando los muros y cubos flanqueantes del recinto, que aun cuando restaurados con obras de argamasa, muestra su fábrica primitiva de hormigón más debil y groseramente labrado que el romano, pero imitando la mezcla del mortero de cal y arena con piedras de mayor tamaño que las que aquellos solían emplear. Que los alarifes musulmanes construyeron al principio imitando á los romanos lo dice el ilustrado arquitecto Sr. Casanova en la revista ResumendeArquitectura (Arquitecturamilitar, 1893), y yo lo pude observar en los recintos y otras obras de Toledo, que siendo árabes seguramente en algunos sitios se han estado considerando como procedentes de civilizaciones anteriores, probándolo así entre otros muchos ejemplos que pudiera citar las cimentaciones de los estribos del puente de Alcántara indudablemente labrado por aquellos ó por obreros mudaries que por tradición trabajaban como sus antepasados, si bien de manera más ruda.

Escarpadísimo el cerro en las vertientes suborientales las defensas fueron mayores al N. y al O. si bien en su distribución se siguió el plan de los modestos castillos antecesores de aquellos poderosos de la época feudal reduciéndose á un fuerte torreón en el extremo NE., á las murallas en ángulo recto del flanco opuesto, defendidas por cubos prismáticos de planta rectangular, alguna con tadud muy acentuado, y á la cortina poligonal del recinto exterior, que, adaptándose á la configuración del terreno, levanta sus robustos muros á lo largo de la pendiente menos escabrosa, abriéndose la puerta, hoy casi derruida, en el sitio donde se unían los dos recintos, y dispuesta en el primero de tal manera que quedaba oculta á la vista del enemigo, el cual para atacarla tenía forzosamente que presentar á los defensores su costado derecho que no podía cubrir con el pavés: acertada manera de construir las puertas de las plazas fortificadas que quizá inspiró al maestro de ... tracista del Porchede San Antonio en el recinto de Lorca (840).

917. - La torre debió tener dos cuerpos á juzgar por la altura en que aparecen las pocas almenas prismáticas que quedaron en el coronamiento, y de ellos sólo se conserva el primero, elevado unos tres metros sobre el nivel del terreno, con puerta alta que mira al interior del recinto, y cubierto con bóveda de cañón apuntado formada por dovelas de caliza lajosa y reforzada con arcos ojivos del mismo material cuyos extremos se pierden en los muros. Estos estuvieron enlucidos con gruesa capa de yeso en la que todavía quedan restos de pinturas al temple figurando un ancho friso adornado con coronas de laurel en las fingidas metopas; crestería de arquitos invertidos que se cortan y rematan en flores trifolias, y sobre ellas representaciones caprichosas de fuentes, calderos, etc, cuyo dibujo allí no se explica por estar muy desconchado el estuco. La escalera, de la que no quedan más que los primeros escalones, se abría en el grueso del muro oriental, que como todos los de ésta fábrica está forjado por capas de argamasa sobre cimentación más antigua igual á la de las defensas exteriores, diferencias de obra que se explican recordando la que allí mandó hacer bien entrado el siglo XIV don Alfonso eldelSalado” (GONZÁLEZ SIMANCAS, 1997: t. II, p. 424-427).

A lo largo del siglo XX encontramos otras obras de carácter menor, turístico o divulgativo, donde se menciona o describe el castillo. Podemos citar las obras de Serafín Alonso sobre los castillos de la Región (ALONSO NAVARRO, 1990: p. 86-88) o la de Francisco J. Navarro Suárez (NAVARRO SUÁREZ, 1994: p. 15-16). Pero en las últimas décadas van apareciendo diversos trabajos de carácter científico, como el de tipo histórico que le dedicó el profesor Torres Fontes en la década de los ochenta (TORRES FONTES, 1987a), la comunicación al III Congreso de Arqueología Medieval Española presentada bajo el elocuente título de “El Castillo de Alhama de Murcia y su poblamiento rural en la Edad Media” (BAÑOS SERRANO, 1993b), o la interpretación del recinto que ofrecen los franceses A. Bazzana, P. Cressier y P. Guichard en la argumentación de su estudio de conjunto dedicado a los castillos y fortalezas musulmanas del Sharq al-Andalus:

«La structure de certains de ces husūn, comme Alhama, est intéressante par le caractère unitaire de l’organisation primitive qu’elle semble révéler. Il s’agit, en effet d’une vaste forteresse occupant la partie supérieure de l’éperon rocheux qui domine la ville. Elle s’étend sur environ 150 m, protégée au sud et à l’est par l’abrupt naturel, à l’ouest et au nord par une enceinte. Celle-ci présente à première vue une structure assez facile à interpréter. La partie sud correspond à un vaste espace sans constructions que l’on peut interpréter comme un espace refuge pour les habitants de la ville située au pied de la forteresse. On y accède par une entrée coudée. La partie nord suggère une sorte d’alcazaba distincte de l’espace précédent. Cette dernière est protégée au nord par un mur extrêmement puissant, de 12/13 banchées de 0’85 m de hauteur et de 2’20/2’30 m d’épaisseur, bastionné, flanqué d’une haute tour (23/24 banchées visibles) de 7 à 8 m de côté à son extrémité est qui correspond à la partie la plus élevée de la fortification. Ce côté est celui où la défense naturelle este la moins forte, ce qui explique l’importance de la construction défensive. Ce qui retient l’attention, c’est que cette partie nord ne semble pas, à l’origine, avoir constitué un ensemble aussi nettement séparé de la partie refuge. Si elle s’en distingue topographiquement par sa situation plus élevée, on note que le mur qui la sépare de la partie sud n’a aucune commune mesure avec la puissante muraille qui ferme l’accès au nord. Il ne subsiste que le soubassement de ce mur de pierres et mortier, de facture différente et de construction sans doute plus tardive que le tābiya qui caractérise l’ensemble de la fortification. Ce mur vient finir en discordance sur un tronçon de mur de tābiya qui appartient à la première époque de construction. Ce dernier est surmonté d’un mur de pierres de taille, évidemment chrétien, percé d’une porte en plein cintre. Il semble donc qu’il y ait eu, à une date tardive, réalisation d’un ensemble de constructions destinées à séparer la partie nord du reste de la fortification, séparation qui ne semble pas avoir existé de la même façon auparavant. La structure initiale de cet ensemble évoque ce que l’on peut constater à Aspe» (BAZZANA; CRESSIER; GUICHARD, 1988: p. 144-147). (fig. 40)

 


Fig. 40 – Extremo norte del castillo desde el exterior.

 

En 1977 el castillo y una buena parte del cerro fue adquirido por el Ayuntamiento de Alhama de Murcia, pasando desde entonces a pertenecer a sus dueños históricamente legítimos. Recientemente ha sido ampliada esta propiedad hasta alcanzar la casi totalidad del mismo, o al menos los sectores histórica y arqueológicamente más importantes, iniciándose ahora la restauración del monumento (fig. 41).

 


Fig. 41 – Imagen actual de los trabajos de restauración.

 

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