Munuera Navarro, David
David Munuera Navarro.
david.munuera@gmail.com
Honra debe el rey hacer a su tierra, y señaladamente con mandar
cercar las ciudades y las villas y los castillos de buenos muros y de
buenas torres, pues esto la hace ser más noble y más honrada y
más apuesta; además es gran seguridad y gran amparo de todos
comunalmente para en todo tiempo...
Partida II, título 11, ley 2
En 1541, el corregidor de Murcia, Lorca y Cartagena, Andrés Dávalos, enviaba al Emperador Carlos una traza de la ciudad portuaria en la que quedó dibujado el amurallamiento preexistente y un proyecto inscrito dentro de las nuevas corrientes de fortificación abaluartada que se estaban extendiendo por aquellos años [Lám. 1]1. El eficaz funcionario ubetense2 acompañó al plano con un informe adjunto en el que detalló algunos aspectos sobre las fortificaciones existentes y las proyectadas.
Plano y documento han sido objeto de diferentes estudios, y no constituyen ninguna novedad para la historiografía local; sin embargo cabe --siempre-- la reinterpretación de las fuentes; y aún más cuando la transcripción disponible del informe, que data de 1930, se presta a subsanar algunas incorrecciones3.
El dibujo es interesante en dos aspectos. El primero porque exhibe el motivo por el que fue realizado: muestra las nuevas técnicas de fortificación adaptadas al uso generalizado de la artillería en la poliorcética de la época. Y otro --que en última instancia motiva el presente trabajo--, porque revela interesantes aspectos de la morfología urbana de la Cartagena medieval, de la que tan poco se conserva y de la que tan poco conocemos4. Dávalos dibuja, sobre la parte superior del cerro de la Concepción, al norte de la rada portuaria, esa fortificación tan característica formada por la combinación de muro y torreón, con esas torres de planta cuadrada que flanqueaban los lienzos, configurando esa línea “de cremallera” tan reveladora de la tecnología militar del medievo. Lo que traza el corregidor no es, ni más ni menos, que una medina fortificada que revela, en su punto más alto, una alcazaba islámica a la que se le adosan arrabales amurallados. No obstante, aparecen en el plano dos edificios que, formando parte de las defensas de la población, podemos adscribir cronológicamente en una época inmediatamente posterior a la conquista castellana de la ciudad (1245): la torre del homenaje (el Macho5) y la Iglesia Mayor.
Este trabajo se centrará principalmente en estas dos construcciones y en las causas que motivaron su construcción, su emplazamiento y su morfología, por lo que dejaré aparte otros aspectos acerca de la muralla medieval ya tratados en otro lugar6. Llegados a este punto, he de señalar que han sido muy reveladoras las conversaciones sobre la fortificación cartagenera --y su relación con otras de su entorno cronológico, espacial e ideológico-- que he mantenido con el arqueólogo e investigador del Instituto Español de Oriente Antiguo, D. José Antonio Martínez López. Sus apuntes acerca de las fortificaciones cruzadas de Siria, murcianas, y sobre el discurso iconográfico de la torre Alfonsina de Lorca, han resultado imprescindibles para el desarrollo de este estudio.
1. La ciudad medieval
Ya a finales de la Antigüedad Tardía, Cartagena se había convertido en un enclave eminentemente militar sobre un territorio potencialmente hostil; una circunstancia que provocaría, por una parte, su retracción poblacional, y por otra, su consecuente fortificación. Un marcado carácter de frontera vendría a instalarse sobre todo el transcurrir medieval de la ciudad. Ni la destrucción visigótica del lugar, ni la tiniebla historiográfica existente sobre la época islámica7, hacen pensar en un cambio acerca de este hecho8.
Es cierto que su situación geográfica en el Mediterráneo podría contribuir a convertir a la población y su puerto (verdadera razón de ser de la ciudad), en un hito entre diversas rutas marítimas, entre el Mediterráneo Occidental, la Península Ibérica, el Norte de África... [Lám. 2] Pero lo cierto es que el hecho decisivo de la frontera es político. La incorporación a la Corona de Castilla en 1245, tras un complicado asedio, colocó a la ciudad en un territorio --el reino de Murcia-- convertido en un espacio delimitado entre la corona aragonesa, el reino islámico de Granada, y un mar que en la otra orilla bañaba las costas musulmanas de África [Lám. 3].
La conquista cristiana de la ciudad portuaria y los acontecimientos posteriores habían de producir un cambio, más o menos brusco, en todos los ámbitos que se quieran analizar. Dentro de este proceso histórico, Alfonso X el Sabio9 ideó para Cartagena un cuidado proyecto muy relacionado con la gran política del monarca (el fecho del imperio). La restauración del obispado y otras muchas disposiciones y privilegios, muestran las intenciones del rey de convertir a la población en un sólido bastión de Castilla en su contexto europeo y mediterráneo.
De hecho, la posesión de Cartagena suponía para la Castilla de la época algo más que una magnífica salida al Mediterráneo. La ciudad era un mito de la Antigüedad clásica, en cuyas cercanías aún eran visibles monumentos antiguos (el mismo topónimo de Antiguones es un buen ejemplo); unos testimonios de un Imperio Romano más presente que nunca: recuérdese que Alfonso X se titulaba Rey de Romanos desde 1256. La conquista ponía en relación a la Corona castellana con un mar Mediterráneo que iba a contemplar cómo, en su sector oriental, caían las últimas plazas de las Cruzadas (la última, San Juan de Acre, pasó a manos musulmanas en 1291). Sin embargo, la Cruzada hispánica obtenía unos logros que no tenían reflejo en los otros territorios disputados contra el Islam. Por ello, es interesante no perder de vista el contexto europeo en el que se produce la toma de Cartagena y las decisiones políticas posteriores, ya que pueden dar indicios o respuestas a los diferentes porqués planteados por el historiador.
Ejemplo de las fuertes influencias que lo expuesto va a tener sobre los acontecimientos que se estaban sucediendo fue la creación de una orden militar, la de Santa María de España: una estructura bélica destinada a luchar contra los musulmanes por el mar. Precisamente, don Alfonso estableció la mesa maestral en Cartagena, así como el correspondiente convento mayor, dependiente de la abadía cisterciense de Gran Selva de Francia. Tal fue el vínculo entre la monarquía, la orden y la ciudad, que el rey dispondría en 1273 su entierro en el monasterio cisterciense de Santa María, en Cartagena.
Es de sobra conocido el fracaso de estos (y otros) proyectos alfonsíes. Unos ambiciosos planes que no pudieron detener el inexorable proceso de despoblación que sufría Cartagena (y todo el Reino10), y que llegaba ya a finales del siglo XIII a puntos extremos. Con el obispado residiendo oficiosamente en Murcia --quizá desde el mismo momento del establecimiento de la sede episcopal--, con la desaparición de la Orden de Santa María de España --absorbida por la de Santiago en 1282--, y con el traslado del monasterio cisterciense a la capital del Reino, la suerte de Cartagena quedaba sentenciada11.
La retracción poblacional llegaría a su punto límite a lo largo del siglo siguiente. La ciudad se había convertido en una mínima expresión urbana defendida, tras gruesos muros, por una fortificación situada en el actual cerro de la Concepción [Lám. 4]. Los diferentes señoríos que sobre la ciudad establecieron personajes relevantes del reino de Murcia (Pedro López de Ayala y don Juan Manuel durante la primera mitad del XIV, y los Fajardo a partir de la segunda mitad del siglo XV), denotan, claramente, que la ciudad no pudo superar una crisis demográfica y económica (a pesar de algunos “renacimientos marineros”12) de la que sólo comenzaría a dar síntomas de recuperación a finales del Cuatrocientos.
Durante los últimos años del XV se vislumbra el fin de un duro camino. La reintegración de la ciudad al patrimonio real, tras la muerte de don Juan Chacón en 1503 --el último señor de Cartagena--, marcaría el comienzo de otro largo proceso que culminaría en torno al tercio final del siglo XVI. Tras la rebelión de los moriscos (1568-1571), la ciudad dejaría de tener un papel marginal en los designios políticos de la Monarquía13. Por todo ello, el proyecto de fortificación del corregidor Andrés Dávalos (1541) es un hito significativo de este periodo, que enlaza lo que dibuja: la ciudad medieval con la moderna.
Precisamente, desde finales del XV hasta el año en el que el corregidor traza las nuevas defensas, el núcleo urbano había crecido progresivamente fuera de la fortaleza del cerro de la Concepción, desde la zona portuaria y en dos ejes: el camino a San Ginés (y el vecino reino de Valencia), y el de Murcia, en torno a la calle Mayor. El funcionario real señalaba el espacio entre los cerros de la Concepción y el Molinete: esto blanco todo es la poblaçyon baxa.
2. Testimonios monumentales de los proyectos alfonsíes
El espacio temporal transcurrido entre la conquista castellana de Cartagena -- posiblemente en la primavera de 1245--, y la ocupación del reino de Murcia por Jaime II de Aragón (1296-1305), señala un periodo delimitado, abruptamente, por el proyecto y la realidad. Las consecuencias de este lapso histórico, junto a los condicionamientos precedentes, dan como resultado un tipo urbano muy característico, que es precisamente el que dibuja Dávalos en 1541.
El corregidor reflejó en el documento una alcazaba islámica [Lám. 5 y 6]; un tipo de fortificación, de ciudadela, cuya estructura más alta responde al alcázar habitual en terreno quebrado que describió Torres Balbás14, con salida directa hacia el exterior, en una zona estratégica independiente de la medina [Lám. 7]. Despoblada en su mayor parte la ciudad islámica tras la conquista cristiana, este espacio fortificado se habría consolidado como principal sector del hábitat urbano ya a comienzos del siglo XIV. Un área eminentemente militarizada que ejerció, a pesar de la adversidad, su función de control portuario, zonas costeras y defensa de los escasos habitantes durante toda la Baja Edad Media. Continuaría siendo, aún a duras penas, la presencia de Castilla en el Mediterráneo.
En este hábitat medieval, en esta ciudad15 que representó el corregidor Dávalos, aparecen dos edificios que, como veremos, es posible datar en torno a los cincuenta años inmediatos a la conquista castellana de la madinat al-Qartayanna. Y son dos estructuras que responden perfectamente a esos magnos proyectos ideados por Alfonso X el Sabio para Cartagena que, finalmente, la Historia se encargó de tratarlos con mucha más modestia. Se trata del Macho del castillo y de la Iglesia Mayor.
2.1. El Macho: ¿la torre inacabada?
La torre del homenaje es, sin duda, el elemento que desde tiempos medievales ha singularizado el resto de la fortaleza. Enclavado en el lugar más alto del cerro de la Concepción, su emplazamiento es, evidentemente, de enorme valor estratégico. Domina perfectamente el área portuaria, desde la misma bocana hasta los fondeaderos tradicionales en el interior de la dársena, como el propio muelle de la Plaza, el antiguo mar de Mandarache, el Espalmador, o la playa de Santa Lucía. Hacia tierra, además custodiar la población más cercana, es el punto más elevado de las cinco colinas que caracterizaron a la ciudad de la Antigüedad16. Igualmente ejerce un poder inmediato sobre las actualmente extintas áreas pantanosas del Almarjal y las zonas de regadío situadas al amparo de las fuentes de Cubas, de la Perdiz, de Zarahiche; y más allá, aún alcanza perfectamente una perfecta visual de buena parte del Campo de Cartagena. Es decir, que controla el acceso desde el interior de la Península a uno de los mejores puertos del Mediterráneo [Lám. 8].
Cautor es un topónimo antiguo que podría ser de lo más elocuente17: aparece en las fuentes modernas refiriéndose unas veces a un lugar concreto del cerro de la Concepción18, pero otras señala a todo el monte19. Su procedencia podría atribuirse al latino cautum, de cavere (¿guardián?) o bien a cautus (seguro); en cualquier caso, el significado y su permanencia a través de los siglos podría ser significativo.
La construcción de la torre responde, además de a las razones estratégicas que se pueden derivar de lo anteriormente expuesto, a una idea que se ha venido a llamar como la arquitectura de las apariencias. Es decir, la cuidadosa elección del lugar donde se asienta la fortificación responde a la proyección de una sombra metafórica que se extiende sobre tierras y mares. Es la misma idea que el profesor Jiménez Alcázar desarrolla para la fortaleza de Lorca20: la demostración del poder del señor natural; la existencia de un recinto defensivo de primer orden; y la afirmación del poder real sobre el entorno político y sobre el territorio, que en el caso singular de Cartagena habría que añadirle el espacio marítimo con el que está íntimamente relacionado. Es decir, que el rey de Castilla materializaba su poder con una magna fortificación (un castillo); una presencia que, como veremos, se refleja igualmente en un programa iconográfico muy concreto, alusivo al poder del monarca (los rescoldos del fecho del imperio).
Pero una fortificación es, aún, algo más: además de ser una construcción que facilita la defensa, estamos ante un espléndido medio ofensivo, pues ejerce una dominación clara sobre un amplio espacio, en este caso territorial y marítimo. Más claramente, permite realizar una incursión bélica en un territorio enemigo con la seguridad de poseer un refugio seguro. Por lo tanto, constituye un factor intimidatorio, coactivo, de primer orden: la monumentalidad coactiva del torreón podía ser contemplada por todo aquel que se acercase navegando a las tierras del monarca, con el consecuente impacto. Es, ante todo, un ejercicio de poder.
Así es el trasfondo político e ideológico de una construcción, como veremos, perfectamente inscrita en el discurso político de Alfonso X. Es, a todas luces, un gran símbolo21 [Lám. 9]. De nuevo, cito la propia idea del Rey Sabio al desarrollar la teoría del poder efectivo del monarca: Otrosí debe ser poderoso de los castillos y de las fortalezas y de los puertos del imperio, y mayormente de aquellos que están en frontera de los bárbaros y de los otros reinos sobre los que el emperador no tiene señorío, porque en su mano y en su poder sea siempre la entrada y salida del imperio22...
2.1.1. El plan constructivo
Esta materialización del poder real de Castilla en el Mediterráneo tuvo (o, como veremos, pudo haber tenido) una estructura arquitectónica que ha llegado hasta nosotros algo maltrecha. No obstante, se conservan los suficientes restos materiales y documentales como para realizar una descripción más o menos completa.
La torre del homenaje de la fortaleza de Cartagena tiene planta rectangular, y sus gruesos muros (unos 4 m de espesor) se levantaron con grandes sillares de piedra caliza, de tono grisaceo (el caliche denominado por los cartageneros); éstos se asientan directamente sobre la roca madre [Lám. 10]. A su interior se accede por una puerta elevada, de estilo gótico-cisterciense, extrañamente adintelada con una lápida romana (de hecho, es abundante el material reutilizado en toda la obra). Una falsa bóveda apuntada por aproximación de hiladas de sillería atraviesa el grueso muro. Por este zaguán se llega también a la terraza, a través de una escalera de caracol embutida en el muro. Una vez dentro de la torre [Lám. 11], la estancia se distribuye en torno a un gran pilar central destinado, en su día, a sostener la estructura interna del edificio. La cubierta se sostuvo con bóvedas de crucería; las claves y ménsulas que sostuvieron sus nervaduras estaban decoradas con animales, motivos vegetales o antropomorfos; elementos que hoy día se encuentran, en su mayoría, esparcidos por las cercanías exteriores, y expuestos a la erosión y a las inclemencias. La luz entraba a través de ocho aspilleras que se abocinaban hacia el interior, dispuestas correspondientemente de dos en dos en cada muro. Su disposición facilitaría la iluminación de la estancia. Toda la parte superior de la torre: cubiertas, bóvedas, etc., fueron derribadas a finales del siglo XIX, por lo cual lo que conocemos es a través de planos antiguos23. [Lám. 12].
Existe una planta baja, cubierta con bóvedas ligeramente apuntadas, que fue destinada a aljibe y, quizá, a algún tipo de almacén [Lám. 13]. Dentro del aljibe se aprecian las huellas de las entradas de agua (probablemente algún colector pluvial embutido en el muro), y el agujero de un brocal que lo conectaba con el primer piso [Lám. 14]; y todavía se observa aún en algunas partes el revestimiento de mortero hidráulico. Hoy se accede a esta planta por una puerta al nivel del suelo situada en la fachada occidental de la torre; es muy posible que sea un vano abierto en un momento posterior, en el que se compartimentó el aljibe; no obstante, esta entrada quedaba, gracias a las estructuras edilicias que rodeaban a la torre, en un subterráneo.
González Simancas ya relacionó la fortaleza de Cartagena con la de Lorca, planteando incluso --dadas las coincidencias de las marcas de cantería-- la presencia de los mismos maestros constructores24. Lo cierto es que este paralelismo es muy acentuado en las torres del homenaje, en su estructura constructiva: en especial en la disposición arquitectónica del gran pilar central, u otros elementos destacables como, por ejemplo, la aparición de las falsas bóvedas apuntadas por aproximación de hiladas de sillares en los vanos (comunes en el arte cisterciense). Martínez Rodríguez, en un excelente artículo sobre las torres lorquinas25, al analizar estas similitudes apunta la posibilidad de un mismo maestro constructor en el Macho cartagenero y la torre Alfonsina; es más, la semejanza de éstas con algunas fortificaciones cruzadas (recordemos el contexto de la conquista) situadas actualmente sobre territorio sirio26, puede señalar a la procedencia oriental de este constructor de castillos.
Otra comparación posible es la de la torre del homenaje de Cartagena con la del castillo de Aledo (que a su vez fue relacionada con la torre Alfonsina27). Si bien en este caso el material de los muros exteriores varía, el sistema del pilar central, las bóvedas góticas, el tipo de aljibe y otros elementos, señalan también a la probable existencia, si no de un mismo maestro, sí de un mismo plan constructivo: en el lugar más fuerte de la alcazaba islámica se levantaba un gran torreón que domina (también en un sentido ideológico) claramente toda el área. Una descripción igualmente aplicable a la torre del homenaje de Moratalla, precisamente también en un territorio dependiente de una orden militar28.
Otros elementos constructivos, sin embargo, diferencian las torres. Destaca, por ejemplo, la solución empleada por los maestros alarifes a la hora de conectar los pisos. En Aledo, las escaleras fueron una pieza casi provisional, móvil, y se situaron en el exterior del edificio; no cabe duda de que este factor hizo de la construcción una labor algo más sencilla, más rápida, y, en consecuencia más barata. A la hora de un ataque, los defensores quedaban más expuestos, pero por el contrario era más sencillo aislar los pisos uno por uno. En la torre Alfonsina (y en El Espolón), las escaleras discurren en el interior del muro, quebrando en las esquinas del edificio. Sin embargo, pudiéndose haber sido adoptada, esta solución no aparece hoy aplicada de la misma forma en Cartagena, donde existe una cuidada escalera de caracol inserta en un tubo de sección circular dentro del muro; sus peldaños son, cada uno, piezas independientes, las cuales una sobre otra forman el alma. En principio, esta solución da como resultado un muro más sólido, un interior mejor iluminado (gracias a que las saeteras desembocan directamente en la estancia), y una mayor facilidad en el bloqueo del acceso. Cabe también la posibilidad, tal y como me apuntó el arqueólogo D. José Antonio Martínez, de que esta escalera de caracol sea el producto de un segundo periodo constructivo; es decir, que en un momento dado se pudo optar por embutir el tubo de la nueva escalera en el pequeño rellano que separaría el zaguán de la posible escalera de caja lineal planteada como la de Lorca.
Pero la similitud más llamativa de la torre cartagenera con la Alfonsí radica en la planta. Pienso que no hay que buscar precisión en las medidas de una y otra; el solo hecho de adaptarse al terreno ya va decidir que la planta se ciña al suelo donde se va a construir, por lo que me interesa solamente destacar semejanzas que se puedan considerar como significativas. Los muros lorquinos se levantan sobre un rectángulo de 22,70 m en sentido este-oeste y 19,40 m norte-sur, y los de la Concepción se inscriben en una figura de 24,50 m en sentido este-oeste, y 18,40 m norte sur. Igualmente, el pilar central tiene, en la fortaleza del Guadalentín, unas dimensiones de 6 m de largo por 3,25 m de ancho, y en la de Cartagena, 5,35 m de longitud por 2,47 m de anchura. Son plantas, por tanto, de unas dimensiones muy parecidas [Lám. 15].
Si resultó ser el mismo maestro constructor, el trabajo en los alzados no había de plantear problemas espaciales. Si no existen problemas de cimentación, no existen grandes dificultades sensu strictu para delimitar la altura del edificio dentro de unas lógicas proporciones. Sin embargo, llegados a este punto, surge una diferencia entre las dos fortificaciones: la altura. La torre lorquina, de casi unos 30 metros de altura, alberga planta baja, primera, segunda y terraza almenada; sus muros tienen, en toda su altura, unos cuatro metros de espesor, y las bóvedas de crucería se levantan con una altura media, más o menos regular, que no llega a los ocho metros. El muro de la torre de Cartagena presenta un grosor similar (por no decir idéntico), y las bóvedas de la estancia superior no llegaron, igualmente, a los ocho metros de altura. Su altura total hubo de estar en torno a los 17 m29 [Lám. 16]. Y, claro está, no tuvo una segunda planta. Es decir: al torreón de la fortaleza portuaria le falta un piso. Y, como seguidamente plantearé, es muy probable que una interrupción en las obras la dejara, para siempre, incompleta [Lám. 17]. Y es en este momento donde podemos incluir la hipótesis de la construcción de la escalera de caracol sustituyendo a la de caja lineal inicialmente proyectada para los dos pisos; por quedarse finalmente en una planta se pudo eliminar ésta --más costosa y más práctica a la hora de subir bultos voluminosos de un piso a otro--, y sustituirla por una de caracol, más fácil de bloquear y más práctica para el acceso a la terraza.
2.1.2. El plan ornamental
El análisis de la decoración presenta también interesantes coincidencias entre la torre portuaria y las de Lorca. En la actualidad, en Cartagena sólo se encuentran escasos restos de la ornamentación. En las inmediaciones del exterior del Macho aparecen, dispersos y descontextuados, varios fragmentos y elementos decorativos que una vez adornaron el interior de la estancia, y que jugaron con dos tonos de la piedra utilizada, como fue el gris de la caliza y el rosáceo del travertino. Entre ellos destacan algunos motivos vegetales, geométricos o heráldicos [Lám. 18 y 19]. Pero llaman poderosamente la atención dos piezas, que representan la una a un águila [Lám. 20], y la otra a una cabeza coronada con un rostro barbado [Lám. 21]. Ya en el citado artículo del arqueólogo lorquino se relaciona la decoración de la torre Alfonsina con la simbología de la crónica de los grandes imperios y civilizaciones recogida en la Grande e General Estoria, obra iniciada en 1272 por Alfonso el Sabio30.
Recuérdese que Alfonso X reclamó sus derechos a la corona del Sacro Imperio Romano Germánico (el fecho del imperio), como nieto de Felipe de Suabia, lo que le introducía de lleno en todo el ciclo escatológico de los Staúfen: el monarca castellano era, a ojos gibelinos, el Tercer Federico31. En parte, en todo el discurso simbólico de la obra literaria mencionada existe una extrapolación temporal de la profecía bíblica de las Cuatro Monarquías del Mundo de Daniel (cap. IX).
El silogismo parece claro: el monarca castellano tomaba Cartagena a los musulmanes; y el Antiguo Testamento había profetizado: Llegará el rey del norte, levantará terraplén y tomará una ciudad fortificada. Las fuerzas del mediodía no resistirán, las tropas de sus hombres escogidos no tendrán fuerza para aguantar32. De lo cual podemos deducir que las señales proféticas aludían a Alfonso el Sabio como el futuro emperador. Así pues, tanto en la fortaleza de Lorca como en la de la ciudad portuaria, nos encontramos ante la materialización ornamental de una corriente de pensamiento muy definida, presente en las elites intelectuales gibelinas de la época, de las que el propio rey formaba parte. Se trata de un discurso político e ideológico que plasma y materializa las raíces más profundas de la Monarchia, un concepto reservado, en el lenguaje medieval, a los estados mundiales. Así, el rostro esculpido que un día adornó el interior de la torre cartagenera, coronado y barbado, podría representar a alguno de los grandes monarcas en los que Alfonso X se vio reflejado. Por las características que presenta la imagen lo más probable es que, al igual que en Lorca33, estemos ante una representación de Carlomagno, cuya figura resultaba, quizá, una de las grandes referencias del Rey Sabio. El legendario emperador de Occidente, que además, parece estar indirectamente relacionado con Cartagena y el monasterio de San Ginés de la Jara34. La interpretación del águila no presenta excesiva dificultad, pues iconográficamente evoca al (¿Sacro?) Imperio. En conclusión, estamos ante una apología iconográfica concreta, la cual alude a los altos designios de la monarquía castellana y se plasmó en la decoración de estos edificios militares.
2.1.3. El plan cronológico
Otro un punto interesante del estudio del Macho es la fecha de construcción. Sabemos que la torre Alfonsina se estaba levantando en 1272, cuando se realizaba el tercer repartimiento de Lorca; las obras hubieron de continuar con más o menos interrupciones, quedando, según Martínez Rodríguez, prácticamente acabada hacia finales de siglo, aunque habría que esperar hasta comienzos del siglo XV para su coronamiento definitivo. Muñoz Clares apunta precisamente la existencia de los cuatro amplios ventanales en el tercer piso, a diferencia de las saeteras de los cuerpos inferiores, como un posible indicio de su construcción posterior, aunque siguiendo el mismo plan en su fábrica35. Igualmente, la torre del Espolón era levantada, hacia el último cuarto del siglo XIII, bajo las directrices de un maestro constructor que conocía perfectamente la arquitectura gótica cisterciense utilizada en la época para los grandes edificios. En Aledo sucedía algo parecido; según el estudio de Sánchez Pravía, las obras hubieron de dar comienzo hacia finales del siglo XIII o comienzos del XIV, acabándose hacia finales de ese siglo.
El origen de la de Cartagena es, en cambio, más oscuro. Ya señalé en otro estudio la quizá errónea tradicional adscripción cronológica de la obra a finales del siglo XIV36, en un dilema en el que se viene entrando desde antiguo37. En este caso, y teniendo en cuenta las torres “hermanas”, es muy posible la veracidad de lo afirmado por Francisco Cascales (normalmente bien informado), al escribir sobre la conocida lápida que adintela la puerta del Macho, situándola sobre ... la puente levadiza del castillo que mandó hacer el rey don Alonso el Sabio cuando ganó esta ciudad de los moros38. De todo lo anterior podríamos deducir que la construcción de la torre del homenaje de Cartagena pudo dar comienzo en torno al último tercio del siglo XIII.
Si bien en Lorca, Aledo o Moratalla los edificios quedaron, antes o después, acabados39, no parece que fuera así en el caso de Cartagena. Además de la evidencia arqueológica, algunas noticias nos apuntan esta posibilidad. En un documento emitido por las autoridades aragonesas que ocupaban la ciudad portuaria a finales del siglo XIII, fechado por Rubio Paredes en 1297, un alto funcionario de Jaime II informaba al monarca sobre los reparos necesarios en la fortaleza, y afirmaba que ... latorre mayor es tan baja que no es muy defendible40. Doscientos años después, un conocido memorial realizado por el comendador Nicolás de Guevara en 1503 sobre la ciudad portuaria resulta más explícito: ... y la torre del omenaje no acabada41; y aunque en ocasiones esta afirmación se ha puesto metodológicamente en duda42, me decanto por pensar que las obras de la torre cartagenera quedaron paralizadas por la ocupación de la ciudad por las tropas de la Corona de Aragón en 1296. El difícil transcurso durante el siglo siguiente (ínfimas cotas poblacionales, señorío de López de Ayala y don Juan Manuel, etc.) contribuiría a la interrupción definitiva del edificio. Posiblemente, en un momento dado, --quizá en uno de los “renacimientos marineros”, quién sabe si en tiempos de Enrique III-- la cubierta almenada se consolidara sobre el primer piso [Lám. 22]. De hecho, en los primeros planos que conocemos del alzado, realizados a partir del siglo XVIII, la estructura de planta baja (aljibe), primer piso (con abovedado gótico) y coronamiento almenado, ya aparece consolidada43. [Lám. 23].
2.2. La Iglesia Mayor
El otro edificio representativo de la Cartagena medieval era la Iglesia Mayor. Levantada quizá sobre la mezquita aljama, fue dibujada por Dávalos formando parte del recinto defensivo. Su fachada norte se adosa a la muralla que el corregidor rotuló como el cynto de dentro, y de esta manera quedaba incorporada a la fortificación.
Aún hoy, sus ruinosos muros del norte y de poniente revelan esa disposición [Lám. 24]. Llama la atención, por ejemplo, el emplazamiento de la puerta del Osario [Lám. 25]: un pequeño vano de medio punto que muestra aún indicios de una sobria decoración en la parte inferior del baquetón [Lám. 26].
La puerta aparece, como cualquier fortificación que se preste, flanqueada por muros; uno que forma la cabecera de la iglesia, y otro de una torre (que fue también campanario) emplazada hacia el suroeste del edificio [Lám. 27], y que aún conserva lo que parece ser una aspillera de palo [Lám. 28]. Es precisamente este sector quizá el mejor conservado del antiguo templo, donde se puede apreciar una combinación estética que también se da en el castillo: la composición de colores de la caliza grisácea con el rosáceo del travertino.
Por lo que parece, a su interior siempre se accedió a través de dos puertas --con arco de medio punto--, situadas, respectivamente y de manera opuesta, en la cabecera y los pies de la nave norte [Lám. 29 y 30]. Todo indica que las dos entradas estaban intramuros.
El acceso oeste conservó en sus cercanías la urbanización antigua hasta comienzos del siglo XIX: el barrio de Gomera. La iglesia era circundada por un estrecho callejón (actual calle del Osario), llamado en su día “calle de la Iglesia”, que formaba parte de un arrabal fortificado --el barrio antedicho— el cual podríamos datar en época islámica. El eje viario más importante de éste partía desde la actual calle Escalericas (antiguamente calle de Gomera44), y ascendía por una empinada cuesta para entroncar con la mencionada calle del Osario [Lám. 31]. La calle principal de Gomera, distribuía en su acera sur tres calles más que se adaptaban, en sentido norte-sur, a la caída del cerro. En 1887, poco antes de su desaparición por una traumática remodelación urbana, eran, de este a oeste, el carrerón de la Roca, la calle del Puntal, y la calle de Borbón (este topónimo no parece, obvia-mente, que sea medieval) [Lám. 32]. La urbanización en torno a la puerta este estuvo básicamente marcada por la existencia de la muralla que unía el templo a la población alta. El área noreste del cerro no parece que estuviese habitada hasta finales del siglo XVI45.
El templo, que siempre achacó problemas de cimentación, quedó muy transformado tras la reconstrucción realizada por Beltrí a comienzos del siglo XX. Por ejemplo, en las fotografías antiguas46 se aprecia cómo la nave septentrional y la central se iluminaban a través de óculos situados en el tercio superior del muro (en la torre campanario aún se puede observar uno de pequeño tamaño). Tras las reformas, estos vanos fueron sustituidos por grandes ventanales con un estilo historicista propio del modernismo, en plena explosión en la ciudad por aquellos años [Lám. 33]. Las reformas en el interior también hubieron de ser profundas. Las más destacables se centraron en la conversión de las cabeceras de las tres naves, que pasaron de tener planta recta a semicircular. A pesar de todo, su vida fue efímera, ya que en la actualidad (tras la Guerra Civil), las naves están prácticamente asoladas [Lám. 34 y 35].
El profesor Belda publicó, ya hace años, un plano datado a comienzos del siglo XIX que mostraba la planta antigua47. Pienso que ésta es, a grandes rasgos, la estructura medieval de la iglesia, a pesar de que se aprecian algunas reformas posteriores que posiblemente se puedan fechar hacia el siglo XVI48, las cuales hubieron de tener cierta consideración49. En el plano se aprecia que el templo se inscribió en una planta de salón, con una cabecera recta. Tuvo tres naves: la central, ligeramente más ancha que las laterales, estaba en aquel momento cubierta con bóvedas estrelladas, mientras que las laterales lo eran por crucería [Lám. 36].
En el muro norte de la nave septentrional, se abrían pequeñas capillas (ocho en total). Las transformaciones efectuadas en el ala opuesta durante los siglos XVI, XVII y XVIII (construcción de la capilla de los Cuatro Santos, del Cristo Moreno...), hubieron de transformar una disposición de pequeñas capillas simétrica a la norte --en este lado, casi excavadas en la roca--, si bien esta forma se conservó en el primer tramo (la capilla bautismal y la de “las Lágrimas” [Lám. 37]). Las cubiertas de este sector, compuesto por la bóveda de los pies de la nave sur, y las de las dos primeras capillas adosadas a ésta, fosilizan, a mi juicio, a las originales: bóvedas de crucería fabricadas en ladrillo, nervadas y adaptadas a la planta [Lám. 38 y 39].
Todo lo anteriormente expuesto, y observando la decoración de algunos fragmentos de piezas arquitectónicas pertenecientes, probablemente, a la fachada oriental, halladas durante las excavaciones del teatro romano, hace que podamos adscribir el templo original al estilo cisterciense. Realmente pudo cumplir las observaciones de San Bernardo de Claraval, quién, aplicando rigurosamente la regla de San Benito, recomendaba los templos de modestas dimensiones y con ábside de planta rectangular50.
Que nos encontremos en Cartagena ante un templo perteneciente --o construido para pertenecer-- a un recinto monacal, resulta una hipótesis sugerente. Los indicios, sin ser abundantes, no son vagos, ya que no son sólo de índole estrictamente constructivo y estilístico. Ya se ha referido anteriormente que Alfonso X, tras ligar la orden de Santa María de España al Císter (recuérdese que, por ejemplo, el gran inspirador de la Orden del Temple fue San Bernado; de nuevo la conexión con las Cruzadas), estableció la mesa maestral y su convento mayor en la ciudad portuaria; e igualmente las fuentes hablan de que el propio monarca, en 1273, dispuso su enterramiento en el monasterio cisterciense de Santa María de Cartagena, lo que nos indica probablemente que se estaba construyendo. Por tanto, podríamos estar ante la iglesia de este cenobio. Si esto es así, el abandono que ha sufrido el templo a lo largo de su historia no es más que la evidencia de que fue una iglesia nacida con otra vocación a la posteriormente tuvo51.
3. La ciudad de 1541
Ya he señalado antes que el plano de Dávalos ha dado lugar a numerosos trabajos, por lo que esbozaré breves consideraciones. Se ha de señalar que el proyecto de fortificación se realiza en un contexto determinado, y general a las fronteras hispánicas52. Por otro lado, resulta evidente la pulcritud con la que dibujó la fortaleza frente al resto de la ilustración: la esquematización de su propio proyecto, la desproporción de la silueta de la vieja alcazaba y de los muros que defendían el barrio de Gomera frente a la bahía y el área urbana [Lám. 40]. Es como si, de manera consciente o inconsciente, el corregidor tuviera presente la presencia de la gran mole medieval sobre lo que él u otros pudieran proponer construir [Lám. 41 y 42]. No obstante, a pesar de las incorrecciones o asimetrías que presenta el plano, resultan aún hoy identificables algunos elementos. Por ejemplo, son evidentes los muros conservados en torno al castillo [Lám. 43], y es interesante la localización actual de las puertas que, plasmadas en el dibujo [Lám. 44] y existentes en la actualidad, revelan hoy, de nuevo, ese gusto estético del alarife por la combinación de colores que facilitaba el travertino, eligiendo esta piedra para jambas y dinteles [Lám. 45 y 46]. Sin embargo, otros accesos, quizás más importantes, quedaron en el tintero. Si bien aparece una puerta que abre la ciudad medieval a la Plaza Mayor, en las inmediaciones de la fuente vieja, la Puerta de la Villa, no fue dibujada y, no obstante, la considero también de origen medieval, por su emplazamiento antiguo y por su denominación (aunque fuera reformada posteriormente).
Se trataba de un acceso donde se centralizaban los caminos que, por la costa, venían de los sectores orientales [Lám. 47] (de las pesquerías de Escombreras, por ejemplo53), y dio lugar a lo que hubo de ser uno de los nodos más importantes de la reducida población en tiempos medievales: la plaza de la Puerta de la Villa [Lám. 48]; una disposición viaria que se aprecia perfectamente en una magnífica ilustración realizada por el ingeniero militar Juan José Ordovás en 179754 [Lám. 49].
En lo que concierne al espacio portuario y su línea de mar, Dávalos dibujó el muelle, que ya se nombra en las fuentes del siglo XV55. Dicha estructura portuaria se reformó profundamente a comienzos del siglo XVII56, con una ampliación en longitud que consistió (al menos, en planta) en adosarle, al cabo del espigón, una especie de plataforma pentagonal, que le daría esa forma tan característica de punta de flecha que se comienza a ver en los primeros planos y dibujos de la ciudad, como la ilustración de Texeira (1634)57, o el conocido plano de Possi (1669)58. La morfología del linde marítimo estaba ya, a grandes rasgos, formada cuando el corregidor dibujó el plano. Plasmó también, al NE del muelle, junto a la línea de costa, lo que creo son los edificios institucionales que se fueron levantando desde los últimos años del siglo XV: la cárcel, la Casa del Concejo59, probablemente la Pescadería, la Carnicería y, quizá, otros edificios relacionados con la actividad portuaria60. Pocos años más tarde se formaría la línea murada en el linde marítimo de la ciudad61, la cual discurría a la orilla del agua hasta una gran estructura fortificada que posteriormente se plasmará en el llamado baluarte de San Juan. A partir de éste, la muralla tomaba dirección norte. Las calles actuales han fosilizado esta línea fortificada. Aproximadamente, el muro, consolidado a finales de los años sesenta del siglo XVI, partía desde la altura del actual Gobierno Militar, donde enlazaba con el amurallamiento medieval, y discurría por toda la acera interior de la calle Real, desde la fachada sur del actual Ayuntamiento; e incluso es posible que la calle Yeserías fosilice la puerta que conectaba la plaza de San Agustín con el muelle de San Leandro. El quiebro de la calle Real a la altura de la antigua farmacia de Marina, reproduce el trazado amurallado. Era en este mismo lugar donde se levantaba el citado baluarte de San Juan. [Lám. 50].
Respecto al informe que adjuntaba al plano62, Dávalos recomendaba al monarca, al margen de la fortificación de nueva planta que proyectaba, que se reparase el amurallamiento medieval (la poblaçion alta). Parte de este amurallamiento resultaba en estos años estar ya, en parte, amortizado, y el funcionario real recomendaba peinar y derribar las casas que se habían levantado adosadas al cinto fortificado. Para desglosar las reparaciones, el corregidor divide la fortificación medieval en tres: la fortaleza, el sector de la población que alberga la iglesia, y el amurallamiento del barrio de Gomera, que el autor describía como ... otra çinta mas baxa que viene [...] que se debio hazer antiguamente por guardar aquella fuente63. Lo cierto es que, si observamos el plano, vemos cómo resultan tres espacios compartimentados, de este a oeste, adaptados, de arriba abajo, a la caída del cerro de la Concepción. En el documento se aconseja también que el segundo de los tres sectores (el de la iglesia), sea destinado al refugio de la población en caso de un ataque. Todo ello denota que, gracias al emplazamiento estratégico y a la todavía válida estructura defensiva de las murallas, la fortificación medieval aún cumplía funciones nada desdeñables en la era de la artillería.
4. Conclusiones
La interrelación de diversos acontecimientos que se dan en un mismo contexto histórico y geográfico facilita el análisis de determinados hechos. En este caso, ciertas lagunas existentes en algunos puntos de nuestro pasado, que vienen dadas por la escasez documental y el maltrato al patrimonio monumental, pueden ser suplidas, en parte, por una analogía metodológica en el análisis, que permita rellenar, aunque sea en parte y con hipótesis, estos vacíos históricos.
Tal es el caso de algunos aspectos de Cartagena en la Baja Edad Media. El desconocimiento del transcurrir medieval de la ciudad portuaria es, en la mayoría de los casos, considerable; no obstante, su inserción en la trama temporal y espacial que le corresponde, revela interesantes datos.
El estudio de los años inmediatos a la conquista de Cartagena, especialmente cuando Alfonso X accede a la corona de Castilla tras el fallecimiento de Fernando III el Santo, nos muestra que la ciudad fue objeto de una atención especial por parte del monarca. En torno a los años setenta del siglo XIII, y salvando las evidentes diferencias, la ciudad portuaria, inserta en el ideal político del rey Sabio, parece quedar asimilada a los rescoldos portuarios del Imperio Latino de Oriente. Y son dos hechos relevantes los que pueden demostrar esta afirmación: por una parte, la creación de una orden militar (marítima) dedicada a la lucha contra el Islam, la orden de Santa María de España, con un carácter universal (nótese que no es de Castilla, sino del conjunto hispánico), y con claras convergencias con las órdenes militares ibéricas, pero también con las que en su día se crearon para la defensa de los Santos Lugares. Y por otro, el hecho de la construcción sobre el punto más relevante de la ciudad de una gran fortificación: la torre del homenaje de la fortaleza de Cartagena, cuyo análisis político e ideológico refleja perfectamente la idea del Dominium Mundi en cuyo contexto se daba. Se trata de la materialización del poder real, una manera de convertir en piedra la autorictas del monarca; la plasmación edificada de una teoría ideológica que se relaciona, inevitablemente, con el fecho del imperio. Era una señal a los navegantes. La torre del homenaje, que se comenzó con un plan constructivo semejante a las de su entorno geográfico e histórico --principalmente la torre Alfonsí de Lorca (que a su vez seguían quizá un prototipo que se había dado en territorios orientales dominados por los cruzados)--, tenía una lectura clara: el poder del rey de Castilla. La conquista castellana se había traducido en la erección de dos edificios monumentales cargados de simbología: torre e iglesia de Santa María, que mostraban claramente la nueva situación de poder y fe.
Creo que, aunque la falta de fuentes convierta al siguiente argumento en una hipótesis, el fracaso de esta gran política --y la readaptación posterior a las adversas circunstancias-- se refleja en la paralización de las obras en la torre del castillo de Cartagena, y su persistencia en la final decisión de conformar la fortaleza con un torreón al que le faltaba un piso para completar su fisonomía ideal prevista. Igualmente, la conversión del templo de la abadía cisterciense de Santa María de Cartagena --donde en un principio se pudo establecer la mesa maestral de la Orden--, la transformó en una simple iglesia parroquial insertada en un amurallamiento producto de la retracción poblacional. Decenios después de la conquista castellana, torre y templo habían quedado prácticamente descontextuados de su verdadero origen. O lo que es lo mismo, se estableció como hecho definitivo lo que realmente era algo inacabado.
Ambos edificios se consolidaron en la reducida ciudad bajomedieval, convirtiéndose en los dos referentes urbanos --también durante la Edad Moderna--, junto a la delimitación marcada por el amurallamiento. Fortaleza (con su torre inacabada), e iglesia (inserta en el amurallamiento), fueron señaladas por Andrés Dávalos en 1541 como puntos que representaban hitos clave de la morfología de la ciudad. Es más, señaló a la ciudad medieval como el lugar apropiado --con algunas reparaciones-- para ser refugio de los habitantes en caso de un ataque enemigo.
5. LÁMINAS
Lám. 1: Proyecto para fortificar la ciudad de Cartagena, realizado por Andrés de Dávalos en 1541: A.G.S. M.P.D. XIX-167.
Lám. 2: Vista de Cartagena desde la bocana. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 3: El reino de Murcia en la Baja Edad Media. Lectura:1: Para Aragón tras los acuerdos de Torrellas-Elche (1304-1305); 2: Incorporado a Castilla tras las conquistas de Pedro I el Cruel (mediados del XIV). (Ilustración: David Munuera.)
Lám. 4: La ciudad de Cartagena durante la Baja Edad Media sobre el plano actual. Lectura:1: torre del homenaje (véase lámina 9); 2: Iglesia Mayor (véase lámina 29); 3: barrio de Gomera; 4: población alta (la Villa); 5: arrabal fortificado; 6: muelle. Puertas:a: posiblemente la puerta de la ciudad, junto a la fuente vieja; b: puerta del Osario (Iglesia Mayor; véase lámina 25); c: puerta este de la Iglesia Mayor; d: puerta de la Villa (véase lámina 47); e: de la fortaleza (¿puerta de la alcazaba?); f: del alcázar (¿en laberinto?); g: de acceso a la “plaza de armas” de la torre (véase lámina 46); h: de salida directa a las afueras de la ciudad (véase lámina 45); i: Al norte del arrabal (véase lámina 43). (Ilustración: David Munuera.)
Lám. 5: Las estructuras de tapial son relativamente abundantes en el castillo de la Concepción. Unas veces son visibles y otras no: nótese cómo, al haber sido descarnado el torreón, ha revelado en su interior una torre de factura islámica, cuya técnica constructiva es similar a otras fortificaciones existentes en el Levante peninsular, fechadas hacia finales del XII o comienzos del XIII. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 6: Los muros situados a levante de la fortaleza también muestran construcciones de tapial cuyas características coinciden, de la misma manera, con otras fortalezas musulmanas del reino de Murcia; en este caso, se aprecia claramente la rezarpa y los mechinales. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 7: El acceso directo de la alcazaba a las afueras de la medina se realizaba por el sector este de la fortificación, en una disposición que se conservó en época cristiana. La apertura de la calle Gisbert a finales del siglo XIX, desmantelando buena parte del cerro de la Concepción, contribuye, aún más, a desvirtuar el sentido defensivo de la zona. (Fotografía: José A. Martínez.)
Lám. 8. La fortaleza de Cartagena, con su torre del homenaje, continúa, a pesar de los maltratos de la historia, siendo el elemento característico de la ciudad portuaria. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 9: La construcción de un inmenso torreón sobre la alcazaba y la medina musulmana tiene un claro componente ideológico. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 10: El asiento del Macho se produce directamente sobre la roca madre del monte. Aún se observa la argamasa de cal utilizada para unir los sillares. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 11: Interior de la puerta de acceso a la torre del homenaje. Nótese la falsa bóveda apuntada por aproximación de hiladas de sillería, la disposición cromática de éstas, y los quicios donde, una vez, encajaron las dos hojas del portón. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 12: Planta y alzados de la torre del homenaje realizados por el ingeniero militar Juan José Ordovás en 1798: A.G.S. M.P.D. IV-155.
Lám. 13: Interior de los aljibes del Macho. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 14: Brocal del aljibe de la torre desde el interior de éste. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 15: Planta de los aljibes (arriba) y del primer piso (abajo) de la torre del homenaje de la fortaleza de Cartagena. Las bóvedas de crucería dibujadas están reconstruidas en esta ilustración, pues en la actualidad el interior tiene una cubierta plana, fruto de una rehabilitación inconclusa realizada hacia 1980. Nótese la disposición de las saeteras, que no iluminan directamente el pilar central, y sí todos los espacios abovedados. (Ilustración: David Munuera.)
Lám. 16: Reconstrucción de los alzados (secciones) del Macho de Cartagena. Por el perfil N-S (arriba) y E-O (abajo). (Ilustración: David Munuera.)
Lám. 17: Restitución fotográfica del aspecto que hubo de tener el torreón durante la Baja Edad Media. (David Munuera sobre fotografía de José. A. Martínez.)
Lám. 18: Restos de la decoración de la torre del homenaje: ménsula con flor de lis. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 19: Clave de una bóveda de crucería con un motivo vegetal (restos de la decoración del Macho). Nótese el juego cromático. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 20: Ménsula con un águila (¿imperial?) esculpida. (Fotografía David Munuera.)
Lám. 21: De los florones de la corona que toca la cabeza de este personaje barbado, parte la ménsula que una vez estuvo colocada en el interior de la torre del homenaje: ¿acaso representa a Carlomagno? (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 22: Restitución gráfica de un segundo piso sobre los alzados (secciones) de la torre del homenaje de Cartagena. Por el perfil N-S (arriba) y E-O (abajo). Las semejanzas con la torre Alfonsina de Lorca son evidentes. (Ilustración: David Munuera.)
Lám. 23: Restitución fotográfica del aspecto que podía haber tenido el Macho, hipotéticamente, de haberse completado un plan semejante al de la fortificación de Lorca. El perfil en rojo es su alzado actual. (David Munuera sobre fotografía de José A. Martínez.)
Lám. 24: Calle del Osario: a la izquierda, los muros de la Iglesia Mayor; al fondo, la fortaleza.(Fotografía: David Munuera), yLám. 25: Puerta del Osario, en la fachada de poniente de la Iglesia Mayor. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 25: (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 26: Restos de decoración geométrica en la base del baquetón izquierdo de la puerta del Osario, en la Iglesia Mayor de Cartagena. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 27: Torre-campanario de la Iglesia Mayor. Nótese el juego cromático, que dispone los sillares de travertino en las aristas (Fotografía: David Munuera)
Lám. 28: Aspillera de palo en la torre de la Iglesia Mayor. Desde ella, se cubre perfectamente la puerta del templo, y se controla el acceso a la parte alta de la ciudad medieval desde la calle del Osario. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 29: Ruinas de la fachada de poniente de la Iglesia Mayor. El proceso de restauración que actualmente se lleva a cabo sobre el teatro romano, hallado bajo sus pies, le ha abierto un nuevo y esperanzador futuro al antiguo y maltratado templo. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 30: Interior de la nave norte de la Iglesia Mayor. Obsérvese la maltrecha fachada de la capilla del Cristo del Socorro y el brocal del pozo; la existencia de agua puede relacionar el templo con una mezquita que ocupó anteriormente el solar. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 31: Calle del Osario en su ascenso hacia la plaza de la Puerta de la Villa. El área urbana fue muy alterada a comienzos del siglo XX. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 32: Detalle del actualmente desaparecido barrio de Gomera en un plano de 1887, conservado en el Archivo Municipal de Cartagena.
Lám. 33: El exterior del templo también fue muy transformado en la reconstrucción que realizó el arquitecto Víctor Beltrí durante los primeros años del siglo XX. Además de la aparición de ventanales historicistas, se intentó simular sillería en los muros, cuando, en origen, probablemente estuvieron revocados. (Fotografía: David Munuera Navarro.)
Lám. 34: La imagen del interior de la iglesia resulta hoy desoladora. Nótese la distorsión (histórica y estética) en las columnas adosadas a los pilares originales. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 35: La nave central del templo se iluminó con un óculo en el lugar donde se abren hoy los ventanales ideados por el arquitecto Beltrí a comienzos del Novecientos. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 36: Croquis de la planta de la Iglesia Mayor de Cartagena antes de la restauración de Víctor Beltrí. Nótese, principalmente, la planta de salón, que desaparecería a comienzos del siglo XX. Anteriormente, la construcción de señaladas capillas en el ala sur, transformó una disposición que hubo de ser simétrica con la nave norte (Digitalización sobre plano antiguo: David Munuera.)
Lám. 37: A los pies de la nave septentrional del templo se puede distinguir su primitiva disposición de pequeñas capillas adosadas y abiertas al interior con un vano de medio punto. Obsérvese, a la izquierda de la imagen, el arranque cegado del acceso a otra de estas capillas, que fueron desmanteladas por construcciones posteriores. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 38: Bóveda de crucería con sus nervios diagonales existente en los pies de la nave norte de la iglesia. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 40: Adaptación aproximativa del plano del corregidor Andrés Dávalos (1541) sobre el callejero actual de Cartagena. (Digitalización: David Munuera.)
Lám. 41: Imagen de la fortaleza (alcazaba) de Cartagena tomada desde poniente (año 2000). Obsérvese la puerta de la Villa y la disposición escalonada de muros y torres. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 42: Fotocomposición sobre la lámina 41: imagen teórica de la fortaleza de Cartagena a finales de la Edad Media. Nótese que, como dibujó Dávalos, la puerta se situaba entre dos torres. No obstante, los muros estarían revocados y enlucidos con cal (Digitalización: David Munuera.)
Lám. 43: Los muros que cerraban la ciudad medieval por el norte, y que fueron reflejados por el corregidor en 1541, son hoy claramente visibles. Las ruinas de los torreones, que conservan únicamente las rezarpas de tapial, flanquean una puerta cegada, apenas visible. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 44: A pesar de la demolición parcial de la fortaleza a finales del siglo XIX, en la actualidad son distinguibles numerosas estructuras de las que dibujó Dávalos en su plano. Destacan, entre éstas, las puertas, fácilmente identificables y señaladas en este detalle rotulado del plano de Dávalos. Lectura:1: puerta de la iglesia (lámina 25); 2: puerta de la fortaleza, que había sido sustituida, a comienzos del XVIII, por la de la Villa, que fue a su vez trasladada de su emplazamiento original (lámina 47); 3: Acceso al alcázar y los adarves que circundaban el Macho (lámina 46); 4: entrada/salida directa de la alcazaba desde las afueras de la medina (lámina 45). Nótese también en el plano, a poniente del muelle, el esbozo de los edificios institucionales: cárcel, concejo, carnicería, pescadería...
m. 45: Puerta (ruinas) a levante de la fortaleza, emplazada entre dos torres y constantemente vigilada por el Macho. Obsérvese el juego cromático, con la piedra rosácea en las jambas. La escalera posterior es una construcción moderna que ayuda a la ilegibilidad del monumento.(Fotografía: David Munuera)
Lám. 46: Por esta puerta, situada al norte del recinto inmediato al Macho, se accedía (y se accede) al Macho. Se inscribe para su mejor defensa entre dos torreones; el de poniente (a la derecha de la fotografía) aún conserva el enlucido de cal, que presenta varias capas. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 47: La puerta de la Villa fue trasladada a comienzos del siglo XVIII a su emplazamiento actual, convirtiéndose entonces en el acceso a la fortaleza. Conserva los restos de un matacán y un escudo, tradicionalmente atribuido a tiempos de Felipe II. Nótese, de nuevo, la combinación cromática. (Fotografía: David Munuera.)
Lám. 48: El emplazamiento original de la puerta de la Villa (señalado aproximadamente sobre un plano de 1887, conservado en el A.M.C.) hubo de situarse en la acera sur de la plaza que recibió su nombre. Plaza y puerta se convertían en un cruce de caminos, gentes y mercancías, que conectaban el interior y el exterior de la ciudad medieval.
Lám. 49: El ingeniero militar J.J. Ordovás dibujó, en 1797, la planta y los alzados del castillo, por lo que nos ha quedado un valioso testimonio gráfico de la construcción medieval. Son destacables los caminos que ascendían a la fortaleza, principalmente hacia la puerta de la Villa, ya por entonces desaparecida de su ubicación original. A.G.S. M.P.D. IV-161.
Lám. 50: Hacia finales del siglo XVI, la fachada marítima de la ciudad portuaria presentaba este aspecto. Lectura:1: el muelle de la Plaça; 2: puerta del Muelle y batería artillada sobre ella; 3: ermita de Nuestra Señora de la Guía; 4: barrio de Gomera; 5:adarves de Gomera; 6: Cárcel; 7: Casa del Concejo; 8: Pescadería; 9: Carnicería; 10: plaza Mayor; 11: Convento de Monjas; 12: Hospital de Santa Ana; 13: Muelle de San Leandro; 14: Torre (baluarte) de San Juan; 15: Convento de San Agustín; 16: Arenal. (Digitalización. Trazado urbano sobre plano actual: David Munuera.)
Apéndice documental64
S.f. (1541)65-S.l. (Cartagena).
Andrés Dávalos al emperador Carlos explicándole el proyecto de fortificación y la situación defensiva de Cartagena.
A.G.S. Estado, leg. 48, fols. 1-2. Copia en el S.H.M., col. Aparici, sign. 1-5-2-1, f. 75-76.
Publicado por: CASAL MARTÍNEZ, F.; Historia de las calles de Cartagena. Cartagena, 1930, págs. 16-18.
La carta de vuestra magestad de quinze de otubre reçebi aqui en Murçia, donde abia benido a visitalla con lo demas, y respondiendo a lo que vuestra magestad manda digo que en Cartajena conviene que se hagan de dos cosas: la vna y lo prençipal es que se çercase y conforme a esta traça que enbio, porque creo seria lo menos costoso y mas prouechoso, y guardaria çerca todo lo poblado de ella. Como por la traça se uera, para saber lo que podría costar esta muralla con sus torres e traueses no ay aqui maestros; lo que a mi me pareçe es que se haria con doze mill ducados tan bueno que se pudiesen defender. Al comienço que está hecho de muralla en la otra parte que es de cara de la muralla donde está la puerta de San Gines, toma tanto campo que era menester para guardalla dos o tres mill onbres, y por esto la dexo en la traça fuera, que de esta no se puede aprouechar si no es de alguna piedra para hazer esto otro. En esta poblaçion alta donde va encorporada [roto: la] yglesia va vn muro, que aunque por muchas partes él es flaco, el asiento donde él está es fuerte, y fortificandose esta çinta y peynandose y derribando dos o tres casas que a ella estan pegadas, quedaria aquello fuerte para que si uiniesen a dar en ella los enemigos, de manera que no fuesen los de aquella çibdad parte para defendella, se recogesen a esta y en ello se defendiesen. Junto con esto es menester que la çinta mas alta que esta de la fortaleza se repare y fortifique, y tanbien otra çinta mas baxa que viene, que esta no es mas de lo que pareçe en la traça, que se debio hazer antiguamente por guardar aquella fuente, esto es menester que se repare; de manera que si reparandose esto conbiniese recojerse a esto fuerte que tengo dicho, se dexaua la mayor parte de lo poblado que es todo lo llano, que agora todo esta tal que vale mas pelear en el campo que no dentro en lo poblado; de manera que si vuestra magestad es seruido de guardar a toda Cartajena, a de mandar hazer esta çerca y reparar esto alto que tengo dicho y si no reparar todo lo alto para que si uinieren furia de enemygos, que tengan donde recojerse y defenderse, y pareçeme que Cartajena, segun lo que ynporta por las fronteras que vuestra magestad tiene entendido que tiene, conviene que se repare lo de alli.
Artilleria tiene vn serpentino, éste está sin qurenna, esta hecha en Malaga, yo tengo escrito a Françisco Verdugo que la enbie, porque esta pieça no puede servir hasta que se trayga, y a vuestra magestad suplico mande que asi se haga. Ay otro cannon que se traxo de Malaga muy bueno, y otros dos medios falconetes que la çibdad mercó dias a; no conviene alli mas artilleria gruesa por agora, porque no ay donde asentalla que este sigura; y tanbien las torres que en estas çintas ay, siruen de casas a los moradores y son de tierra y los suelos no çufren artilleria. Estas pieças gruesas que digo tengo la vna asentada en la çinta alta de la fortaleza, de donde sirue a la mayor parte de la tierra y el puerto, y los otros dos pequennos estan abaxo en la plaça, para que aquellos se puedan sacar si conviene fuera de lo poblado a qualquier parte que convieniere que sirvan o en las calles do oviere neçesidad. El artilleria que alli seruieren bien algunos esmeriles con sus seruidores o moxquetes, muniçion de poluora y pelotas. Yo hare siempre de manera que estemos proueydos de lo neçesario. De vna cosa ay alli muncha neçesidad y es de que vuestra magestad mande que de los artilleros que residen en Malaga residan en Cartajena un par de ellos, porque acaeçe cargar yo el tiro y tirallo sin lo saber hazer.
En lo demas que vuestra magestad manda sobre los soldados, conmo nuestro sennor fue seruido de dar a don Bernaldino de Mendoça tal vitoria contra el armada de los enemigos, e juntamente con esto luego vuo la paga, pareçiome de quitar de costa a vuestra magestad y despedillos luego, y asi lo hize en tres o quatro vezes porque no fuesen juntos; en esto me determine por mas servir, que porque la vitoria y estar el tienpo tan adelante me dieron ocasion para ello, y saber que en Argel no estaua cosa que nos puediese dannar despues del armada que don Bernaldino deshizo. Los vezinos destas çibdades an hecho alarde y se les a hecho conprar armas, y en esto se hara muy conplidamente lo que vuestra magestad manda. En aquel capitulo las armas que vuestra magestad ofreçe para los que no las tienen por no tener posibilidad, me pareçe que se pueden escusar, que nynguno es tan pobre que no tenga donde aver vna pica o lança, y los demas arcabuzes y ballestas conforme al ser de cada vno, y esto sin avello vuestra magestad mandado, a muchos dias que yo en esta tierra lo hago porque la gente esté mas diestra y mas armada para quando fuere menester. Nuestro Sennor la ynperial persona de vuestra magestad guarde y prospere con muy mayor acreçentamiento de reynos y sennorios y vitorias.
Vmilde cryado y vasallo de vuestra magestad: Andres Davalos.
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